DE QUÉ VALE UN SUEÑO
Cuántas veces
habré contado los días que me faltaban para llegar a la estación término de la
Navidad; ni lo recuerdo, pero sí recuerdo que la soñaba; esperándola, la
soñaba, la deseaba con un ansia de bandido, como un lobo la quería morder. La
Navidad era, en mi esquema, un refugio donde yo guardaba todos mis dioses
posibles y meritorios, donde yo poseía las verdades y las enriquecía en el
fuego del abrazo.
En esta edad decrecida repaso a la gente que
finge la Navidad; palpo a quienes se tropiezan con la Navidad, me río de
aquellos que se beben la Navidad y me pierdo en las garras de los devoradores
comerciales de la Navidad. Ahora me extraña la Navidad, como me extraña tu cara
de extraño en la Navidad y tus labios sin besos y tus manos sin manos y tus
renegados quiebros para esquivar la Navidad. No eres quien eras, has perdido el
tiempo en tu ombligo, has desmerecido caer en este ciclo mágico que alumbra lo
que tú oscureces. Maldita vergüenza que nos reinas en despropósitos, vanidades,
desencantos y miedos.
Alguien mirará una
estrella y verá un recorte de prensa con una foto de tí, tuya, de todos,
nadando en la indigencia de la soledad, buscando carne para la boca y miseria
para el alma; alguien estará esperando que llegues para tenerte y vendrá solo
tu recuerdo a destronar los colores y fundir en agrio la poca alegría.
De qué vale un
sueño si te has ido con los guantes de cristal y las sonrisas hasta las
quiebras, a la oquedad que nunca habías imaginado. Hasta la penumbra te has ido,
Navidad de los hombres, con esa cara perdida en el “paripé” de un belén oscuro,
hambriento y caduco. De qué vale nuestro sueño de supervivencia si se nos
acaba, miserablemente, esta utopía de la
Navidad.
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