ESOS EXTRAÑOS DESEOS
Aquí el personal aspira a poco más
que a tener un trabajito para llevar a casa el condumio necesario, exagerar la
vida que se agranda desde los viernes, amar en sus expresiones más virtuosas y
acomodar el cuerpo a la complejidad sabrosa del sosiego o cuanto más añadirle
un poquito de diversión especial cada poco tiempo para configurar con acierto
la lista de deseos, díganse emociones, ratos de buen humor, algunas que otras
vacaciones y obtener cada lunes, al menos, una sensación amable, distinta a la
agónica perseverancia del despertador.
Este personal sabio que se muda de
acera buscando sombra y mastica la soledad para que nunca se le quede, transita
con la sobredosis de responsabilidad en los hombros porque otros quieren
concederle protagonismo abstracto donde ellos ni siquiera ansían pertenecer. A
qué cuento pedirles opinión sobre el color de las cortinas de palacio,
implicarles en la zarandaja de los niveles estadísticos de bienestar o
incluirlos en las promesas que inventan los próximos candidatos. El personal ya
lo ha repetido, no tiene ni aspira a extraños deseos, no se mete donde no le
importa, no gusta de pronosticar sondeos de popularidad de otros ni le pesa la
culpa que le imponen.
Y por mucho que la osadía sistémica
se empeñe, el cabal resultado del vivir se resume en la poca ambición para
conseguir algunas cosas tan absurdas o presentar disposición constante por una
competencia sostenida que ofrece una irritación precordial y supone un desacato
a las mínimas normas de convivencia. No, poco más que admitir el trabajo como
medio para el sustento vital, mantener la línea de dignidad aprendida y seguir
correspondiendo a los demás con el mismo afecto. En tal utopía se mueve la
aspiración del personal sin que la reconversión de los pilares del sistema le
dejen alcanzarla. Y surgen los reproches. ¡Extraño mundo!.
Ramón Llanes.
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