MIS JUEVES CON TERESA.
Fue a la hora de los lánguidos deseos cuando nos presentamos cubiertos de esperanzas para iniciar el diario que nos habíamos prometido. Ella contaría, yo escribiría con rigor sus venganzas y sus victorias. Todos los jueves; lápiz, cuaderno y la tarde de todos los jueves, así habría de ser por exigencias del guion pactado.
Estuvimos treinta y dos jueves llenando páginas y actualizando recuerdos. A veces me pareció loca, otras veces la creí diosa, las más de las veces me contaba una historia incierta, que inventaba para el diario o para ella misma. Teresa hablaba en el mar, no atendía la insinuación de las olas ni las mías, se refugiaba en su palabra, que era su único misterio. Pasé momentos de mucho placer y emociones oyendo de Teresa cómo engrandeció su vida y cómo nunca sucumbió al desánimo.
En la última página del cuaderno conservo una relación de mis aprendizajes con Teresa; ella desapareció de esta “imaginería de santificados mártires y dolorosos sinverguenzas” -era su frase- una tarde de jueves después de la sesión ordinaria de nuestra entrevista.
A Teresa la he buscado desde entonces en los andenes, en las soledades, en los miedos, en las insatisfacciones y hasta en el aire. Teresa dejó de existir en aquella noche de sonrisas, acaso fuera un fantasma creado por mi retorcida mente como excusa para escribir “un diario de nadie”.
Ramón Llanes. 25.11.2025
(A todas las Teresa, en el ingrato día que recordamos a los violentos)
RAMÓN LLANES
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