JABUGO, AROMA.
Porque un fresco hálito de encina
recorre el primer umbral y entra, es aroma, porque cala hasta la trigésima
parte del sabor, es aroma; porque atraviesa pelvis y músculos, se encariña en
la sangre, habita y conmociona, es sencillamente aroma. Y Jabugo inventa el
aroma, lo resucita del recelo de la naturaleza, lo hace suyo, se lo apropia con
los beneplácitos de todas las nacencias del terruño, hasta consagrarlo como
señuelo definitorio. Aroma, es don para escogidos.
Y el aroma de casa, el que circunda los
predios y los pagos, el vecino perpetuo del santuario vivo este, se agolpa en
cualquier contorno. Todo puede ser aroma en Jabugo, todo huele al mismo lugar,
todo se impregna del rosáceo placer a quien los sentidos dejan entrar sin
pegas. Primero el aroma que ha hecho de las suyas en el crecer del manjar,
después los paladares que disponen ambiente de gloria para enjugar el sabor en
esa doméstica parsimonia de lo ritual como ceremonia de misa, no es para menos.
Ha nacido el jamón entre las cuerdas,
los sacrificios, el clima, la realeza; ha nacido para colmar el placer, para
glosar los mejores versos en halagos y honores pero también para compensar y
gratificar los mimos del trabajo. Queda detrás el vicio de recrearse en la
creación de sabores, de las preocupaciones mientras se atarea la crianza;
delante queda Jabugo ganando satisfacción y sus gentes sustentando en lo
posible el orgullo por la tarea hecha arte.
Ahora será ocasión de fiesta para que
las caras tomen gestos de sonrisas y correteen los niños su parte compromiso
con la intranquilidad. Para los mayores el deber del sosiego en la tarima
inmensa de la convivencia, para los jóvenes el propósito largo de conseguir el
amor. Y en el fondo el susurro inequívoco del aroma quemando las insolencias y
los malos humores, el aroma como llovizna de gracia para subsanar los regulares
presagios que pudieran aparecer.
Para, en fin, sondear los pasos de las
querencias, desde la altura, cumbre nueva o vieja, el cerdo en la montanera,
las costumbres en los ojos, el quehacer como de todos los días, la sabiduría de
convertir las mejoranzas y el largo camino que necesitan las cosas para ser
buenas. Todo es un Jabugo disciplinado hasta la perfección, por el hoy y por el
siempre, que todo ha de contar.
Pensemos en aroma y tiempo, en sabor
oculto y sincronía, pensemos en música de paladar y se nos vendrá Jabugo a la
parte más sensible de la memoria a trastear los gustos, olfatos y sensaciones.
Y a poco de pensar, la boca en guardia, tocar con los labios el manjar, besarlo
con la confianza agasajada y lanzar el grito más puro implicando al aire de
toda la aquiescencia , a la vida de la suerte y a Jabugo de su arte, como si
fuera para agradecer una entera vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario