Las turbias
aguas del otoño.
El
pasado siempre es para nosotros una glosa de enseñanzas, allí están las
experiencias, allí los buenos sabores, allí la inquietud. El tiempo
era, en aquel momento, el más aliado y el más grande para nuestros juegos de
niñez. Me viene a la memoria la insolencia de algunos niños que se acercaban a
los castillos de arena cuando ya estaban terminados y nos llenaba todo el
orgullo, para deshacer con maldad y cobardía todo el trabajo de tantas horas de
ilusiones. O también considerábamos insolentes a quienes rompían el partido de
fútbol en el recreo. A estos y a los otros les guardábamos un rencor especial
para excluirlos siempre de nuestros juegos e incluso les poníamos vigilantes
para observar sus fechorías, que no eran pocas.
Aquel
tiempo ya no es tan aliado porque hemos ido consumiéndolo a nuestro antojo pero
aún en esta edad tardía se acercan hombres creyendo parecer primos de dios a
destrozar los castillos, las acequias y los acuerdos de ética y valor que otros
han construido con la voluntad y vienen, ajenos al trabajo, a ponerle turbidez
a las mansas aguas del otoño que nos premian parte del bienestar.
Que no
se sorprendan si les excluimos de los juegos y les declaramos insolentes y
temerarios, ¡bien que lo merecen¡.
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