PASABA POR
AQUÍ.
Calle Lepe
arriba observo gestos y caras nuevas, son sabios de diario que andan y trinan,
que lucen y no se apagan, que están en la vida por méritos propios. Y resulta
que son composición de tierra y aire, nada más. Agua alguna, sentimientos
muchos, hombría la supuesta y la intuída, palabras las justas y deberes los
propios. Mitigan la voluntad de las cosas que no tienen voluntad y que se hacen
con los remedios de la existencia. Constancia en definitiva, con valores y
defectos; y formas de vivir y formas de echar raíces y calmas y silencios.
Pasaba por aquí mientras el pueblo- en
Revoltillo- hacía parada de choches y aceitunas con los codos en el mostrador y
la mirada en el amigo hablando de caballos-¡cómo no¡- y de las incidencias de la
matanza y del humor último y de la partida en la terraza. Hice cábalas de
conversación con los presentes a base de mosto y se fue un mediodía por la
puerta antes que nuestra fuerza lo invitara. Y pasó otro tiempo con la sola
semblanza de las cosas pequeñas, que se hacen grandes a razón de vivirlas bien
y con delicadeza.
Pasaba por el Olivar en otro día de
cazadores y tarasca, mañana de suculencias en los barbechos y perdices volando
hasta la saciedad, todo un ritual de contrastes, parsimonias y mochilas. Luego,
otro día, eran las Pascuas y una Virgen asomaba la luz en el Prado de Osma y
algunas mujeres lloraban a su paso y otros hombres le gritaban en señal de
pleitesía y la tarde tenía colorido de paraíso.
De tanto pasar, viví, conocí y
pregunté como los niños curiosos, hice mis acopios, mis sendas, busqué amigos
para siempre, sembré el cariño que pude, seguí recorriendo ferias, pregones,
carnavales, “alpénderes”, guitarras; fabricando convivencias, invitando a otros
a que descubrieran las gentes que habitan antes y después del puente, les
presenté: “aquí El Almendro y Castillejos, aquí mis amigos”; y de tanto pasar
solicité quedarme y me admitieron y fui más feliz.
Ramón Llanes.
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