Asombrado acude quien suele aligerar el paso al edén de una mirada,
tuya y de ambos, y percibe que las velas tributan su agonía con luces tibias no
deseando el apagón y deseando el apego; transcienden de vida a sombra haciendo
el humillo de atención que les ocupa la supervivencia. No
se han perdido pero están en ello, acaso por no ser alimentadas de alegorías de
afecto. Cuando el pronóstico acecha, solo la tercera parte de ti anima la
condolencia, el funesto precio de lo distante se traga las dos partes de la
dedicación.
Llamaremos otra vez a la osadía, a las previsiones sin protocolos que
impulsaran vida activa en el ámbito del amor, llamaremos a los hados
protectores, a las alcancías de reservas de sentimientos que guardan tanto, al
tiempo apacible que se sincera sin pasar y enmudece si son los amantes quienes
arengan las caricias. Esa costumbre de llamar que nunca se pierde y todo es
como ayer, como la última tarde, como el renglón que deja pasión abierta a la
próxima línea.
Y sondear las partes de ti, las desconocidas y amadas, las partes del
alma inmune, los predictores que se acaloran con el tacto, las búsquedas de las
sensaciones que motivan luengos proyectos de eternas querencias a fin de
preservarlas del desacato de la inercia y los sobresaltos. Entonces, brillen
velas encendidas sin mestizaje.
Rllanes
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