BAJAR
A LA MEMORIA
Lo sé,
sé de todo lo sentido, de lo vivido, de lo nuestro, de lo ajeno
cercano, he bajado mucho a la memoria; y aquí donde son huellas los
silencios, en la cripta misma de la memoria, están los abuelos
mirando qué hacemos al pisar la tierra, si profanamos su creación o
la adoramos, si entendemos de estirpes y mantenemos la dignidad. Lo
sé, sé que están las abuelas con la cara muy blanca y rosa los
apellidos rezando el amor a la manera del tiempo, deseando que les
limpiemos todos los días las calles, hagamos la lumbre y cenemos en
el enjambre de la santería. Y los primorosos recuerdos que se
soslayan en la paz de la memoria, comentan las abuelas desde el
murmullo inaudible.
Ayer
también está como reforzado en la memoria, ese ayer de pronto, de
cuando solo hace falta levantar la primera sábana y te lo
encuentras, ese ayer de póstulas y letanías, adonde los parientes
dormidos quejaban su sueño y dejaban que viniéramos a estrenar la
copla o el pregón, encender los ojos o apretar el abrazo. También,
por entonces, aconsejaban los mayores que gozáramos sin torpeza.
Vino, en este ayer que aún se toca, el padre, a beberse el camino o
a caminar el agua, vino con nosotros, con las cacerolas de la madre y
la espera gloriosa de los nuestros de aquí, que hacían más fiesta
porque estábamos, que magnificaban la consigna de los antepasados y
se volvían dioses, porque estábamos. Lo he vivido, lo sé.
Cuando,
con tal descaro, se baja a la memoria no queda otro remedio que
postular el ideario de la familia, de cada uno de la familia que ha
grabado corazón, gesto, manía, olor, inteligencia, voluntad o cejas
grandes. Y a ellos, que son el prestigio del recuerdo indeleble, y a
quienes aún trenzan espacios y los abren, reunirles todos los besos
calmos, todas las efemérides, todos los sitios escogidos y
esperarles siempre en la memoria, con los nuestros.
Ramón
Llanes.
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