EL JARDÍN DE
THARSIS
Las flores de Tharsis
son de piedra
color de fuego, con
ojos de estalactitas, manos de agua
corazón de tiempo,
las flores de Tharsis
son la tierra,
la abrazadera de la
tierra, el pronombre de la tierra,
el calibrador de la
tierra;
las flores de Tharsis
son el sentimiento de la tierra;
no haya parte de tierra
que desame
ni foco de luz, o sin
luz, que desmerezca,
no haya mirada de
Tharsis que esquive
en los agujeros de los
ojos-mina que invaden
la trayectoria de una
vida escrita con cientos de memorias,
aquella de los aromos y
las divisas,
otra de polvorines y
malacates muertos,
alguna más de
recuerdos de olores a pólvora.
No haya paso sin
caminar las cortas,
los témpanos, las
máquinas y los arlequines del agua,
con sus cenicientas y
sus amalgamas,
con sus colores de
sangre y sus luces;
no haya paz que no
convenza
ni virtud desconocida;
al todo de Tharsis
anhelo, desde la cuna
a los cipreses, al todo
de la tierra,
al todo de los hombres,
jardín dolorido de Tharsis,
anego la emoción y el
pálpito enamorado,
al todo, al todo de un
Tharsis sin hombreras o con cataratas,
nada importará para
inmolarme en la entrega
del hombre que soy,
del hombre que quisiera
ser
después de la
pleitesía,
conmoviéndome del todo
de mi Tharsis
que de jardín a tierra
es el suspiro.
Y del todo de Tharsis,
yodo, mineral, caliza, estéril
o escoriales, un todo
manifestado en el querer,
todos los todos del
Tharsis que de siempre me aferran.
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