ME GUSTA MÁS MI MUNDO
Observo sin demasiada preocupación la
conversación entre dos niños, ella de nueve años, él de cinco. La niña, Laya,
ha venido a despedirse del niño Daniel y se sonríen con el agrado usual de los
niños después de haber compartido tardes de sol y piscina, de música y juegos
hasta el límite que otorga la edad. Hoy es la última tarde y Laya dice adiós
con tal sensibilidad de timidez que olvida enseñar sus preciosos dientes
blancos, mientras Daniel inicia el ritual
exacto que solo los niños conocen.
La niña le insinúa: “te gustaría
venirte conmigo?” y al niño le asalta una respuesta tierna y rápida: “me gusta
más mi mundo”, le dice, y ella no se turba de desencanto ni rompe a llorar, lo
asume con la misma ingenuidad que si de una negativa a un salto se hubiera
referido. Los pocos mayores que presenciamos la escena, abrimos con sorpresa todas las bocas.
Con cinco años no es posible acercar
tanta inteligencia, tanta sabiduría, tanta verdad y tanta razón a una
respuesta. Parece que con cinco años los niños disimulan que saben, que nos
entienden a la perfección pero se dejan llevar por sus caprichos para la
obtención de premios mejores y no ejercen con vanidad su conocimiento por mor
de no sabemos qué extraño fin.
Cuando los mayores comentamos los
detalles de una conversación tan pequeña y con tanta magia de profundidad nos
pusimos a temer lo mejor. Pudimos saborear la dulzura en un estado natural, sin
estridencias ni avisos publicitarios y nos vinimos arriba a sabiendas de la
seguridad en un futuro acaso más humanizado y valiente que el nuestro.
Y Laya se fue de la tarde dejando con
muchas sonrisas a Daniel en su mundo. Y los mayores volvimos a reflexionar en
una intención por hacer algo más por el nuestro.
Ramón Llanes
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