UN HOMBRE CORRIENDO
Cruzaba con desorden las grecas del
asfalto sorteando espacios y palomas, miraba recelosamente hacia atrás con
apariencias de miedo, no se escondía de la atención de los curiosos, se paraba
dos segundos y seguía su huída destrozando sin querer la paz de la plaza. Todos
le pusieron cara de sorpresa, el hombre desnaturalizaba el lugar de juego de
los niños y el paseo de los abuelos en una tarde de miércoles. Hasta que
desapareció por la avenida con la misma intensidad que había llegado.
Tal vez nadie pensara el motivo del
hombre para correr de tal manera y menos aún pensara alguien en el motivo de su
miedo. Al verlo intenté adivinar su causa de desasosiego y se me vinieron
multitud de ellas, todas las que caben en el pequeño tiempo que se usa para
atravesar una plaza corriendo como un perseguido. Me pareció imposible que
corriera por miedo a alguien o que hubiera robado en una de las tiendas del
centro; tampoco que corriera por acudir a una cita o que hubiera olvidado algo
en otro lugar. Daba la sensación que corría con despecho y supuse que lo hacía
por no faltarse a sí mismo o por demostrarse que era capaz de superar las
exigencias físicas de su estado pero no llevaba calzón ni chandal ni zapatillas
ni actitud deportiva. Este hombre había surgido desde un rincón de un espacio
lleno de personas que en nada le importaban.
A la tarde siguiente, mismo lugar,
misma hora, ambiente idéntico, más o menos similitud en el bullicio y en el
espacio, el hombre apareció taciturno, con las dos manos en los bolsillos, con
mirada fija en un abstracto infinito, vestido a su edad; atravesó pausadamente
la plaza sin ser atendido en extrañeza o miradas por quienes ayer se asustaran,
se sentó en uno de los bancos, sacó un libro y se puso a leer, sin preocuparse
por la terapia de los abuelos en las tardes de la ciudad ni ofrecer el más
mínimo desatino o desorden en sus gestos. Era un hombre en calma en un jueves
de otoño que apenas aparentaba tristeza, solo
pasión por la lectura. Y nadie le miró y a nadie le destrozó su
curiosidad.
Ramón Llanes
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