COMO UNA QUEJA
Se ha ido. Me gustaría escuchar que un
día cualquiera, siendo acaso amanecer o atardecida, el mundo se tumbara cuesta
abajo por la ventana de atrás, a escondidas, desaparecer de la escena. Entonces
tendríamos que dedicarnos a concebir, diseñar o imaginar otro mundo o un mundo
de otra manera. Suponiendo que le llamáramos mundo, le quitaríamos público,
suprimiríamos seres humanos, haríamos una colecta para montarlo sin miserias y
le pondríamos una enorme zona azul para quienes quisieran vivir sin
compromisos, una especial forma de anarquía consensuada. O no?. O que cada cual
pusiera un material, cada cual un deseo, una idea, un proyecto, una emoción.
Habría de ser distinto al actual pero
¿con qué molde lo haríamos?, ¿dónde está el mundo perfecto que estaríamos
deseando construir?. El mundo que queremos inventar no está ni en la mente, no
existe fórmula, no se compagina con una realidad como esta. Tendríamos que
empezar a vivir de nuevo; nacer otra vez, comenzar a respirar, entender del
aire, conocer el agua, respetar el fuego, amar la tierra; sería nacer de nuevo
con la ética puesta y la limpieza de honestidad en los poros. O acaso no sería
preciso volver a nacer.
Pongamos que estamos de acuerdo, que
hemos determinado un modelo útil, que nos servirá para desenvolvernos mejor
unos con otros; si hemos sido capaces de “acordar” para nada será necesario
volver a nacer o esperar otras generaciones, bastará con saber soportar el
cambio, digo, en cada molécula de cada individuo, en cada letra del sistema, en
cada milésima de cada pensamiento; ¡qué fácil¡, ¡ya lo tenemos!. La solución es
cambiar cosas o cambiar todas las cosas, no destruirlas, solo cambiarlas,
aprovechando lo bueno que tuvieran; ¡más fácil aún!, ¿por dónde empezamos?,
¿por cada uno de nosotros?, ¡genial!; Enrique, empieza tú. ¿por qué yo
primero?. Y luego la farándula, el teatro, los actores, el telón que se cae, el
público que desaparece y el mensaje, que se olvida.
No me ha salido bien este invento, me
pondré a protestar, escribiré con letras grandes y rojas “que me dejen vivir”;
criticaré a quienes ejercen funciones de poder, dudaré mil veces más del
asqueado sistema, me subiré a donde me vean gritar y me iré a casa cuando las
horas de rebeldía me limiten el tiempo;
caeré dormido delante del plasma hasta que se me agoten los sueños imposibles y
no me obliguen a renunciar al placer de vivir a mi modo.
Ya no quedan hombres como yo, vean mis
propuestas sin enredos y mi honroso equipaje; pónganse a buscar humanos de mi
talla que sepan sentir las incapacidades de este grotesco mundo sin aquietarse
siquiera un minuto con sus métodos y se reviente por sacar adelante sus propios
privilegios. Lo dicho: no quedan hombres como yo.
RAMÓN LLANES
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