CURIOSAMENTE.
Son las tres
menos mucho, no llueve, no amanece ni falta que le hace, el solar cárdeno huele
a marisma, el agua huele- curiosamente- a luz. Se refleja en la balsa y alisa
el tiempo de la bocana. Gusta la mar en temple al observador; es la recompensa
a tanto forzar los ojos, primero en la charca, en el oleaje luego, recompensa
sin enredos.
Al otro lado, acá, -digo-, corrige el
último examen la profesora de veinticuatro años que nunca supo de espumas y
mareas; el tema refiere literatura en ciernes, niños aprendiendo acentos
-curiosamente- sobre la mar tan cercana. Para ella es nuevo el lugar, vino a
sorprenderse de enseñar, vino a soltar cuadernos y buscar novio o a soltar
novio y buscar cuaderno, que a la postre son la misma cosa, mientras fisgoneaba
en sus ratos de ocio los edificios viejos de la ciudad. No encontró centro
antiguo, ni monumentos importantes, ni patrimonios de renombre, solo era una
ciudad pequeña con un baño de mar en las espaldas desde que se conocen los
tiempos.
Los niños le describieron la mar,
aquella tarde a las tres menos mucho, en metáforas y con gracejo de marinería,
en luto y en bullicio; los niños sabían de los colores de la mar y de su
grandeza y de su misterio, nadie alertó aversión ni prisa, la mar estaba fuera
y en casa todos los días del año y todas las noches.
Cuando se fue aquella tarde sucedieron
miles más, por ejemplo, hasta que los niños fueron tan profesores como la chica
de los veinticuatro y se sentaron en su lugar. En una clase sobre la mar, de la
misma ciudad húmeda sin centro ni patrimonio, el niño de la tarima-ahora
profesor- quiso distinguir su entorno y pidió descripciones de oleajes y arenas
y marismas.
Curiosamente se cumplió la paradoja más
triste, los niños estaban, jugaban, tenían hambre o ganas de correr, mordían la
paz con los dientes ingenuos, se saciaban de todo, presumían de libertad,
enciclopedias sin abrir, horror por nada, manías por la calle pero se turbaron
por la osadía del profesor al pretender descifrar conocimientos infantiles
sobre la mar cercana. La mar era un espejismo que solo servía para gozarla en
verano y poco más.
Pudo sucumbir el tiempo pero ella se
movía con pasos de agua y precedía los aconteceres tanto como a las tormentas.
Curiosamente no se marchó el reloj ni el vicio de las olas, la profesora
corregía a las tres menos mucho los exámenes mientras decidió entretener sus
pensamientos en la danza marina del atardecer, aquí en la ciudad hallada a la
que vino por pereza y sin inquietudes. Y la mar se le enganchó tiernamente en
la piel y de allí a los adentros y vaya usted a saber si la profesora volvió a
preguntar por edificios antiguos, casco viejo o patrimonio.
Ramón
Llanes
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