ELECTOR BUSCA BIENESTAR
Me
compuse la conciencia -que recién levantada presentaba sus ironías en torno a
esta obligatoria misión de votar-, acudí como un compromisario de mí mismo a
depositar en la urna mis proyectos, miré cálidamente a las personas que
componían la mesa y, como un niño que entrega su carta a los Reyes Magos, hundí
mis ilusiones en aquel recipiente de metacrilato bajo la atenta mirada de la
presidenta y la canción compleja del silencio que reinaba en la sala. Y me
sentí más ciudadano, más solidario y más demócrata, hasta me insuflé de cierta
emoción incierta que me hizo recordar las doce veces anteriores que vine a
ponerle acento de bienestar a mi vida.
Mi
voto fue mi carta de sueños y peticiones con la mezcolanza entre niñez y
madurez y la duda sobre mi merecimiento a los regalos que pedía, pensando que
fueran muchos o fueran caros o que fueran imposibles y no pudieran tener cabida
en la casa de mis ilusiones; como elector y como niño presentaba peticiones
idénticas, las mismas que en tiempos de pantalón corto e idénticas a las que
podré relacionar en la próxima elección. Mi lista la comparé con las listas de
mis amigos, de mi familia y de mis vecinos y coincidían todas, pedíamos lo
mismo, ninguna utopía, nada del otro mundo, solo lo típico de siempre, de todas
las veces, sin pensar que nunca nos trajeron el bienestar ansiado por culpa de
ellos sino por nuestra propia culpa como ciudadanos poco ejemplares o porque
nunca supimos meter la papeleta mejor o acaso porque el sistema nos obligó a
ser de esta y no de otra manera.
No
sé por qué sigo esperanzado en las mismas cosas, por qué me reitero tanto en
pretender un mundo más fácil y en perseguir tanto a la felicidad colectiva; se
nos ha dicho que todo es una fábula donde se encierran los deseos y que nunca
se cumplen, y yo, como todos los míos, sigo empecinado en comprar números y
papeletas y en emitir votos de igual color para conseguir esa parte de
bienestar tan necesaria en el entorno que me arropa, y nada, siempre la misma
voz anunciando la misma calamidad. Qué habrá de suceder para que los míos y yo
dejemos de acercarnos a la urna a ponerle cara de esperanza y risa de niño a
nuestro voto.
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