LA PAZ DE MIS CUADERNOS
De niño toda la paz estaba en mis cuadernos, de ahí trasladaba el ideario a los juegos en el patio y a las andanzas por los terrenos irregulares de mi ámbito de vida. Yo soñaba en los cuadernos cómo divertirme en el aire, inventaba tormentas sin agua, lluvias racheadas, vientos bajos, escorrentías y camionetas de madera para poder ser un niño igual a los niños que sabían divertirse con la nada; pasaba en el charco horas y horas intentando capturar libélulas rojas para incrustarles yerbas secas en las alas y volverlas a soltar a sabiendas de su imposible vuelo. Allí estaba, cerca de mi mano y de mi ansia, todo el universo que me hacía falta para mi felicidad. Y llegué a pensar que la felicidad también era la paz.
En aquellos cuadernos de rayas dejé la paz, no volví a verla, se perdió; luego de mi edad primera comencé a mirar por la rendija de los horizontes y solo veía niebla, humo, lejanía, y ya no podía perseguir libélulas rojas ni soñar con la tormenta sin agua, ni siquiera hacerme pandorgas de papel o boliches de barro; lo encontrado en la vida después de los cuadernos nada se parecía a la paz y entonces me asusté y rompí todos los cuadernos y ahora colecciono hojas en blanco, diseño boletines meteorológicos para continuar con el juego de las lluvias racheadas y los vientos bajos pero no consigo la paz.
Me he perdido sin darme cuenta en una mirada, he comenzado a amar apasionadamente y me he encontrado con la misma paz que perdí en los cuadernos, solo que ahora soñamos dos y jugamos juntos a volar, a meternos en las tormentas y a ser libélulas rojas.
Ramón Llanes.
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