EL PASADO LUNES.
Fíjate que el día presentó credenciales
a la locura de quienes se ambientan con el tiempo; el sol abierto, una
miscelánea de colores nuevos inventados tras la lluvia, miles de paisajes,
muchos paisajes, ganas de salir, de bebernos la mañana, de robarla, de
descifrarla. Y los tres hicimos de la suerte del día una panorámica inmensa de
sueños, compartir sería poco, mejor vivir, mucho mejor meterse. Y anduvimos
estaciones arriba y abajo abriendo objetivos, midiendo la luz, buscando vértices,
hablando de ángulos, intercambiando ópticas; vías muertas de raíles torcidos,
que dejaran de ser paralelos, socavones y alturas, frisos naturales en las
paredes de las minas, el ruido del silencio en la cara y la excitación en los
sentidos por tanta excelencia.
Nos fijamos que el paisaje del lunes
pasado estaba engrandecido por la luz y por las sombras, que las puertas no
existían en el paisaje, que allí estaban los arcos, la yerba incipiente, el
rastrojo quemado, el azufre entre piedras, la nitidez de las nubes. Fíjate que
incluso nos subimos a la cola de no sé cuántas nubes para captar desde allí la
foto que no sé si conseguimos fuera como estaba en el pensamiento. Fíjate que
suspirábamos por un placer sin coste, sin entender que existiera la belleza en
tantas toneladas, sin entender por qué todas las gentes del mundo no estaban
allí, con nosotros, en aquel momento.
Los tres nos hundimos en la mañana para
contar, para revivirla, para traerla a un papel cuché tipo mate, para
entretenerla a partir de entonces en nuestras complicidades, para sostenerla en
un aire de libertad, con nubes y, sobre todo para volver a amarla.
Fíjate que ni siquiera hablamos de
fútbol ni de política ni de libertad.
Ramón
Llanes
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