SILENCIO
Cómo conseguir incitar al silencio,
eliminar el ruido, acallar el murmullo o zafar de nuestro aire la bulla que se
emprende en el debate político, nos resulta imposible. El silencio no está
previamente otorgado por la simple razón de vivir, pertenecer a la sociedad
limpia o ser admitido en ella. Cada vez el ruido ocupa más tiempo, más espacio;
cada vez es más molesto, menos lógico; sus notas lastiman los tímpanos
democráticos y el observador general que debería estar en todo esto, ignora
nuestro daño.
Nos enfrentamos con la misma frecuencia
que a la vida a la demagogia que se desgrana en cada noticia. Quienes informan
sobre las cifras del desempleo se posicionan con falso desdén en la verdad y
añaden a sus dogmas aquello de considerar siempre positiva la estadística y los
oponentes que escuchan los datos gritan con desesperanza su adhesión a lo
trágico del resultado obtenido en cuanto a las mismas listas de desempleo que a
los otros hicieran sonreír, en claro credo de victoria, y añaden también a su
enjambre, idéntico pero contrario dogma.
Oh, cuánta merced sería quedarlos en
silencio con una sola palabra!, reservarles el puesto de sufridor o enseñarles
-quizá por última vez- que para nada de eso fueron elegidos. Nosotros no
necesitamos gresca dialéctica cuando sabemos que para ellos no son importantes
las bajadas del paro sino la elaboración correcta de las estadísticas; nosotros
necesitamos que callen para mejor rendir nuestras propias cuentas y configurar
nuestra felicidad con la banda sonora del silencio en nuestro ámbito, solo eso.
Ramón Llanes.
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