BIBLIOTECA EUROPA
Entramos como absortos, en la dulce
persistencia de nuestra imaginación los hados nos habían traído una biblioteca,
sus estantes nuevos y sus libros intactos
concedían al espacio esa sensación de libertad soñada, ya no éramos
niños porque la edad nos adelantó el sustrato de emociones para saber vivir
desde el entusiasmo algo tan importante en nuestra pequeña aldea, algo
insólito, irrenunciable, cálido; nos dejaron oler, palpar, mirar y leer, allí
estaba todo lo deseable, estaban los clásicos con sus boatos y sus sonetos, los
griegos con sus filosofías, el imperio romano en letras vivas, los cuadernos
que guardaban los derechos conseguidos en la Revolución francesa, el arte de
Toscana, Constantinopla en su esplendor, la lírica española, el pensamiento
glorioso de Camoes, el Cervantes más usual, la sabiduría, los sabores, los
paisajes, la evolución de las mareas, los fundamentos de las religiones, todo
el universo nos lo habían encerrado en una biblioteca llamada Europa para el
buen placer de unos ciudadanos casi olvidados de una civilización que se movía
por otras aristas, como si Europa hubiera venido a vernos y a pensar con nosotros.
Recordamos que aquel día de abril hicimos fiesta por las calles y en el alma, nos vestimos de otra manera, sacamos la risa menos habitual e implicamos con nuestra celebración a los pocos habitantes que se sorprendían al vernos con tanto alborozo. Preguntaron por la causa y los más ancianos no creyeron que cosa de libros fuera motivación para alterar el silencio. Nos alargamos en el regocijo, acaso alguna vez se pudiera entender cuánto de conocimiento nos dejaría esta Europa que fue un premio para todos; los vítores de los jóvenes y las sorpresas de los mayores se fueron diluyendo con la entrada de la noche, mañana a otra tarea, a ojear tratados y enciclopedias, a observar por la mirilla del tiempo -ya fuera en papel o en pantalla (que de todo tuviera)- los acontecimientos que nos hicieron llegar hasta aquí y las previsiones que la humanidad preparara para nosotros, aldeanos del mundo también admitidos en esta casa común que nos abría desde hoy las puertas grandes de espacio y conciencia para deleite y revolución de cada individuo. Manosear las páginas escritas por otros, empezar a saber, a ser cómplices de lejanías, de extranjeros, a iniciar fórmulas para no limitar convivencias, a transmitirnos costumbres, compromisos y voluntades, para eso y tal vez para mucho más.
Una gran biblioteca ubicada en aquel
lugar de la ermita vieja ya derruida, donde el culto a dios y a los santos ya
no le fuera preciso y para un menester de cultura se habilitara; mas con la emulsión del gusto por ella, de la
artística obra de remodelación -conservando el atrio, el púlpito, el coro, el
obsoleto armonium, los pequeños arbotantes, la efigie de los oficios y la
campana- y el resabio del deseo renacido de los vecinos, a mucho bien tuvo
grata idea quien en tal complacencia pensara; podría suponer la culminación de
inigualables consideraciones siempre sostenidas en las utopías y nunca llevadas
a la sutil entelequia de la práctica. Ahora es su tiempo, detrás de las paredes
y dentro de los armarios se encuentran las soluciones buscadas mientras un
letrero con una bandera de muchas estrellas a modo de arco preside la entrada y
una puerta antigua, hecha a la fluctuación del culto y a las caras de los
fieles, cambiaba su escalinata de tres peldaños hacia la devoción espiritual
por una meta también de culto y también devocional pero en este caso por
el derecho a saber. Al poco ya se consiguió
que Europa a modo Biblioteca entrara en la aldea y la aldea entrara con toda su
jerga de emoción en Europa, logro conseguido por personas para personas,
acontecimiento extraordinario en una población exenta de revuelos tan impropios
en su fisonomía que a solo un par de bodas, un bautizo y cuatro sepelios se
resumiera el ajetreo anual de la vida en esta placentera llanura del mundo.
Se permitió que los libros
estuvieran en los hogares, en la plaza, en el parque, en los columpios, en el
bar, en la tienda y en las callejas; en cada reunión y en cada momento, Europa
-la biblioteca- se mostraba presente, se le atendió como síntesis de progreso,
se le dieron facilidades físicas para que ello sucediera y se le otorgó un
infinito grado de confianza merced también a la institución corporativa del
municipio que con trazos de propaganda halagadora lo aconsejaran. Nos habían
concedido el prodigio de pertenecer desde el instante de abril al libro Europa.
Allí apareceríamos inscritos con nuestros nombres y nuestras características
humanas, ¡qué interesante!,
Nos tomaron la
filiación, nos hicieron las huellas, una foto, el domicilio e incluso nos
preguntaron nuestra opinión sobre compartir Europa con otras aldeas y si nos
satisfacía en suficiencia, nos prometieron ser más atendidos y nos convencieron
de nuestra pertenencia a un contexto amplio auspiciado por la democracia de
cada uno de los países que componen esta unión de bibliotecas; oyéndoles hablar
se nos hacía la boca agua de tanta ilusión; son
mil pasos hacia adelante –nos dijeron-, la vida será otra, acabamos de
aterrizar en el mundo de los derechos y
las libertades, todos seremos una misma raza, un único sentimiento. Al
principio pensamos que todo empezaba y acababa en los libros, que la biblioteca
sería un signo inequívoco de adelanto, de situarnos en una esfera novedosa, más
cómplice, algo así como cuando nos constituimos en aldea para resolver juntos
problemas generales que afectaban a todos, algo así sería la pertenencia al
ágora Europa, como si en la plaza estuviéramos representados nosotros y los
millones de seres más de parecidas iniciativas, un complot expreso de voluntad
compartida. Nos hacíamos cábalas y preguntas sobre el funcionamiento de tanta
inmensidad de creencias, pareceres y soluciones.
Algo no entendimos bien, en cada
nueva conferencia, publicidad, panfleto o anuncio se nos añadían distintas
pautas; nos crearon una gran duda y nos confundieron, ¿por qué nos hablaban de
Biblioteca y de Europa al mismo tiempo como si ambos entes tuvieran un rol común?,
¿por qué pensar, saber, estudiar y prepararse se nos presentaban a través de
una simbología de unión de comunidades para la
fusión de estados en una macro idea de un imperio compuesto por todos?, ¿qué
relación tenía el libro con este concepto político?; nos confundieron pero lo
hicimos, apostamos por el proyecto con los ojos cerrados, nosotros los pobres
de la tierra inhóspita forjados en multitud de desprecios, aldeanos sin postín,
parias quizá de alguna quimera, creímos en masa con la certeza de alcanzar un acerado
mejor, un alumbrado urbano más dotado, menos impuestos y una cuota más alta de
participación en los asuntos comunes. Era posible, venía escrito en las hojas,
se trataba de mejorarlo todo, desde la fuente hasta los espacios de ocio, de hacer
un sitio más habitable sin perder un ápice de identidad. Era posible –repitieron-. A fin de cuentas lo de la biblioteca fue
un anzuelo para picar bien o tal vez una metáfora. Sin embargo Rosa nos explicó
que funcionaría igual que la biblioteca solo que a un nivel más extenso,
tendríamos la posibilidad de fortalecer la convivencia, diseñar emociones,
estar en muchos sitios a la vez y ser recibidos en los demás estados con agrado,
todo exactamente igual que en la biblioteca.
El acontecimiento Europa se superponía
en las mesas de estudio de la biblioteca y ya por entonces, a la par, los
aldeanos leían con interés los enfoques de Jean Paul Sartre sobre
existencialismo, angustia, arrepentimiento y libertad y supieron de él las
razones que utilizó la Academia Sueca para otorgarle el Nobel de Literatura y
las causas de su rechazo; Rosa jugaba
con teorías para provocar o sofocar debates y sostenía su fórmula como un
método pedagógico asequible para gentes sin estudios, algunos mayores, que
nunca fueron a la escuela o permanecieron poco tiempo en ella. Se avecinaba el
futuro con su cara de expectación, después de la biblioteca vendría el empleo,
luego la restauración del hombre y al cabo de la calle el fulgor por la buscada
felicidad. Europa se presentaba como la gran Biblioteca del mundo civilizado,
la panacea para los pueblos y nosotros habíamos comenzado a ser elementos
útiles en una cadena humana sin final. Y comenzamos a tener prisa por aprender
para no defraudar y entonces las horas con libros nos suponían el avance
necesario. Porque al otro día Rosa habló del griego Odisseas Elytis y su lírica
majestuosa que también le valió el Nobel y nos puso contra las cuerdas haciendo
reventar nuestras memorias para recitar algunos de los poemas de El sol primero, obra de este autor. Había
que estar preparados para montar en este tren, no cabía la renuncia por culpa
de la edad o el desánimo, este ámbito tomaba forma. La siguiente lección repasó
los nombres de los otros escritores que consiguieron el Nobel de Literatura, un
recuerdo de admiración para Tomas Mann, Saramago, Pirandello, Aleixandre, Ivo
Andric, Juan Ramón Jiménez y un largo
elenco de hombres y mujeres europeos que dieron lustre de intelectualidad
primigenia a esta idea.
Ellos habían llegado antes al
mirador y nos aconsejaron cómo podríamos
llegar nosotros; ellos inventaron las soledades para descubrir las multitudes,
fueron abismos para evocar mejor las cimas, mascaron la tierra a base de
palabras, de poemas, de historias que contaron y que a la postre fueron índices
de cultura que hicieron del cosmos del ser humano un anillo de protección
contra los poderes autoritarios, las dictaduras y los abusos; ellos
diagnosticaron esta evolución y nosotros somos los destinatarios y
protagonistas del deber de este cambio, nos corresponde vencer los miedos de la
incertidumbre. No habrá que olvidar: “Europa, una Biblioteca grande”.
Hoy mismo es el futuro. De aquel primer paso a la entrada de la
biblioteca y la contemplación de una planicie de libros hasta aquí, ha llovido tiempo
y acaso en la aldea no hayan pasado muchas cosas –dirán los pesimistas- o ha
sucedido lo más grande –pensarán los optimistas- a fin de quedar cada uno en su
óptica involucrados en mayor o menor posición. Por las estadísticas se conoce
la aceptación de la biblioteca en nuestro mundo rural en general y en nuestra
pequeña comunidad en particular, se sabe de las herramientas aportadas y
puestas a disposición de los seres que la habitan, han sido muchos actos los
celebrados en su salón, muchos los ejemplares que han abierto talento, nadie
venderá con imprudencia o maldad este producto que se nos puso en las manos y a
golpe de gratuidad. Fue necesario, los jóvenes se hicieron hombres en una
alternancia de horizontes y capacidades, se logró algo, en cada tarde o mañana
el salón de lecturas permaneció siempre casi repleto de lectores o asistentes a
los eventos organizados, se logró mucho. La Biblioteca Europa se hizo madre y
creó por sí sola una servidumbre de propiedad entre todos los habitantes, todos
se creen dueños de ella, los libros han pasado de ser olvidados a ser
reclamados, la bibliotecaria Rosa muestra siempre su activismo por la
programación de lecturas, exposiciones, presentaciones de libros, conferencias
y debates, ha ejercido de custodiadora e impulsora de este bien al que nos
acercó en su momento el destino. Se logró mucho, quizá más de lo pensado, ahí
queda envuelto el resultado en avatares, desencantos, inclemencias y una
aportación incalculable de conocimiento y sabiduría. ¿Sería esto suficiente?.
Hemos escrito 34 años de páginas, la memoria nunca se fugó de la fábula
ideada, hemos crecido en espacios, capacidad y economía, la biblioteca de la
vieja ermita se hizo catedral sin perder la idiosincrasia de lo ancestral que
sus muros conservan, hemos aprendido a respetar las hojas, a tratar con cuidado
los muebles, a merecer el bienestar. Arreglar las columnas caídas y restaurar
las edificaciones éticas que aún pululan en la costumbre serán tareas de
próxima atención porque el futuro nunca es un final único, existen otros
futuros pendientes de hacer y somos los encargados de proveer de la
dotación exigida.
Nada es suficiente, la Biblioteca Europa se cimentó con aldeanos, hombres
de piel arrugada y manos encalladas, mujeres de tersa ternura y mil paciencias,
jóvenes con hambre de mundos e inquietudes innatas, niños alegres que
aprendieron a resolver las discordias con un juego, de esos materiales se forjó
la tierra que aguantaría varias eternidades la torre humana capaz de darle
grandeza al ser en toda su gloria. A nosotros nos correspondió cruzar de la
abstracción al hiperrealismo, absurdos algunos interpretando que bastaba con
repartir la tarta de cada cumpleaños que era lo cotidiano y percibir sabores
por los entresijos del tiempo que nos tocó vivir sin aportar, sin acercarse; no
era así, los libros siempre fuimos nosotros y los lectores también y era
preciso meterse en los renglones y discutir acentos, sentir el olor del papel
en las entrañas, que la tinta sedujera hasta enamorar, lo que estábamos levantando
repercutiría en el hombre aldeano, cálido, precursor, sosegado y pacífico;
importaba mucho el envite, lo repitió apasionadamente la bibliotecaria. Nos
bebimos con sed las líneas rectas y los puntos y aparte, colaboramos en la
encuadernación de los volúmenes que nos sirvieron de modelo de bienestar,
encalamos a menudo las paredes, pintamos las calles, limpiamos los arcenes y
sufrimos las inclemencias del viento; nos hicimos batalla para lograr que nada
de lo hecho se cayera.
Mirad las esquinas de Europa, tocad el núcleo, acariciad las avenidas,
los sueños, los pedestales y las formas, contemplad la obra no acabada. Ahí
pusimos el todo de la libertad, faltan quizá recuerdos, una vuelta atrás para
recorrer el pastizal y las arenas, para persistir en lo conseguido. Lo
tendremos en cuenta.
En una de las partes de esa conciencia europeísta que nosotros mismos
hicimos a base de pensamientos y sentimientos, rumia un dolor agudo que se ha
convertido en un susto de impotencia; nuestra ejemplar biblioteca de los
hombres, de las tardes a las espaldas y las mañanas compartidas, jamás
promocionó discriminaciones a otros humanos, no se fomentó en su sala grande la
distinción de aldeanos por su fuerza física, su altura, sus zapatos negros o su
calvicie, todos ocuparon siempre cualquier lugar, leyeron, hablaron y se
relacionaron sin dependencias impuestas. No debería llamársele humanismo de
salón o resultado último, la bibliotecaria enseñó que los libros azules pueden
hablar del mar y de otras cosas, que los libros con pastas blancas son tan
interesantes como los de hojas verdes, que las palabras son letras enlazadas
sin que unas tengan mayor o menor privilegio que otras, que las mayúsculas
expresan los pensamientos del mismos modo que las minúsculas, que implicación y comprensión y solidaridad y
afecto son palabras y a su vez son concepciones semánticas y sentimientos. Y
todos los libros estaban permitidos en la biblioteca, no existían libros
prohibidos o censurados y todas las palabras podían figurar en los libros, no
estuvieron clasificadas para no ser escritas.
El día que alguien propuso limitar la entrada y estancia en la biblioteca
solo a las personas nacidas en la aldea para evitar mezclas de diversidades
etnográficas fue rechazado con criterios de unanimidad; en otras estadísticas
se manejan opiniones deshumanizadas que
desnaturalizan los sentidos del preámbulo y filosofía de la gran
Biblioteca Europa a la que hemos hecho referencia sin ganas de cansar.
Cuando lleguemos otra vez al futuro entenderemos mejor de ficciones
posibles y de realidades utópicas, quedan muchas páginas en blanco, es de
noche, la biblioteca no apagó sus luces y los aldeanos no duermen.
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