Alguien propuso en Internet un juego para elegir la palabra más
preciosa del castellano, casi sin especificar reglas, ni disciplina de
votaciones; de manera libre con la anarquía del gusto, el personal adicto ha
llegado hasta cincuenta mil y a la postre ha elegido esa palabra que conforma
más exactamente y responde mejor al perfil de belleza instaurado, repito, sin
normas. Y no se ha elegido una palabra sino su concepto, su significado. Baste
decir que ante la inexistencia de limitaciones cualquiera del diccionario
podría valer, pero interesa comentar que la palabra es agnóstica, libre,
incauta, que la palabra es solo vocablo, ritmo, cadencia, armonía. Extraña que
se eligiera “amor” seguida de “madre” y que palabras con significados menos
dulces, menos usados, hayan pagado su culpa.
Me
inclino por la elección del vocablo puro, con su armonía a la pronunciación,
con su ritmo. Palabras que llenan la boca y abren la voz, que la sostienen, que
la elevan; o palabras que impulsan el sonido o lo mantienen en una nota, como
una corchea perdida que endulza el canto. Me gustan las esdrújulas, casi todas;
me encantan crepúsculo, plácido, libélula, símbolo, tránsito,
lógico, ética. Estas palabras y otras de la estirpe responden, creo, con
mejor sentido a la belleza, son signos que otorgan toda la armonía a los textos.
R.llanes.
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