GASTÓN,
EL DUENDE.
No estabas
la primera vez, ¿recuerdas?. Aquel invierno farragoso e inútil
capaz de destrozarme, en aquella escena donde mi espacio ocupaba solo
una mota de indiferencia, cuando el hombre que dijo amarme descrecía
raudo mi juventud en insultos a la conciencia y a la libertad. Cuando
en mi presencia levantaba las manos para golpear en otro ser su
propia intolerancia, cuando me nacieron el miedo y la venganza. Allí
no estabas, duende Gastón. Y era aún poco el tiempo de nuestra
esperanza. A poco de creer en ti, mi primera crisis; no supe
distinguirte en las mordazas que me puso la memoria ni en las
pérdidas de voluntad, que siempre vinieron precedidas del vejatorio
trato a la madre, ni te olí a mi lado en noches de insomnio ni en
mis días de sobresaltos. Tampoco estabas en el dolor.
No importa,
no he conseguido a estas alturas, veinte años después, la capacidad
de discernir para determinar si fue un engaño o un olvido. No
importa, nada luctuoso, nada fértil, nada menos indeseable que
deambular los sitios imprecisos, las escabrosas colinas de mi mente,
mi insurrección en los agobios y una crisis y otra y otra hasta que
ya son incontables. No me he rebelado contra el olor fétido de los
hospitales, formaba parte de mi locura aceptar la ceremonia como si
de un gran teatro de magos se tratase y donde este recorte de
Zacarías, el yo mismo quedado a la estética y a la costumbre de
vivir, se zumbaba el título de protagonista.
Tampoco,
tampoco estabas, duende Gastón, la larga semana de las sombras,
¿recuerdas?. Los árboles, el hambre, el frío, la pérdida de mí y
las agonías que me produjeron las heridas que le producían las
palabras del padre a la dignidad de la madre. Huí, desorientado e
infeliz, en busca de un sueño y no estabas en la dehesa, habías
dejado el rastro vacío de huellas, no te encontré y me dijeron, al
encontrarme, que era trastorno bipolar afectivo. Me extrañó, que
buscarte deseosamente, duende Gastón, tuviera un nombre tan
acrílico. Me enteré, pero tú nunca te enteraste, habías
congregado tu fantasía en los románticos, en los enamorados, en las
nubes escasas que partían en dos mitades la única mitad de un
Zacarías a quien le ofreciste un tendón de tu magia, al menos un
minuto de lucidez, que nunca llegó.
También te
anuncié necesidad el día de la venganza. La venganza eterna que
siempre esperan los incontrolados seres del desprecio, acaso locos
para las estirpes, acaso lúcidos para las utopías. Has de recordar
la cazadora marinera, los cuchillos escondidos, el hacha de asustar,
los ojos de carbuncos y todas las histerias en una sola mirada; has
de recordar que tampoco estabas en la puerta, ni detrás, ni en mi
anverso de hombre. Y siempre existía un mientras donde, dejado a la
desnudez del descuido, el honor de la madre padecía y padecía
sobradamente las indecencias de un padre. Y existía un mientras,
donde nunca pude ejercer la inercia de la venganza con la nitidez de
un maldito. Me creí maldito como el silencio, sí Gastón, un
maldito que espera un sueño, un simple sueño de restitución del
amor a quien lo merece. Quizá perdiera el estímulo del amor o quizá
se magnificara en mis soledades. Cierto que transito, que indago pero
mi obsesión está por encima de mi supervivencia, mi entorno solo es
una caja de huesos tendida al sol para secarse. El día que seque
todos mis huesos habré dormido con paciencia. ¿Lo crees?, ahora que
percibo tu presencia, ¿lo crees?. ¿Crees en mí como capaz o crees
en mí como imperfecto?.
No tuve
respuestas la noche atormentada del fuego, como un desertor huí con
el miedo en la espalda y la sonrisa de sarcasmo en el alma, huí
decidido a volver limpio y amoroso, la madre me esperaría siempre,
con la luz encendida y mi habitación con sábanas nuevas, oliendo a
lecho ardiente. La madre me susurra el delirio de la ternura, me
acuesta, me calma. Luego está la maldición de la botella que
siempre enajena mi sentido, luego la voz despiadada del padre que se
libera de su éxtasis profanando el lugar santo que ocupa el
sentimiento completo de la insignia materna.
Me ha
faltado valor, he de consumar la venganza, por la madre, por la
naturaleza perfecta de la madre, para derribar la incompetencia que
reina el lugar que me habita y desordena las voluntades, los
consejos, la evolución de los seres que la aman.
Estarás
cuando me encuentren, duende Gastón, cuando me encuentren
deshollinando las tumbas de los vivos y pueda colgar en la fiebre del
tiempo toda mi capacidad que ennoblezca mi especie. No estés ahora
que deliro. No estés detrás de mi sombra, no me trates como el
último payaso loco de la tarde, trátame como agnóstico, como
indígena, como sonámbulo, nunca como payaso, no quiero ser el
payaso que se esconde en un cascarón de circo para complacer a la
ciencia y se presta a la cordura en el transcurso de la sesión de
terapia para que le aplaudan y le indiquen la puerta de una
satisfacción pasajera. Cuando me oigas, Gastón, pulsa la campana de
la comprensión, salva a la madre, castiga al padre si es preciso,
hazme cumplir dieciocho años otra vez a fin de enarbolar banderas en
una manifestación de sabios contra el sistema. Aún era hombre
cuando nos conocimos, respeta nuestro acuerdo, pulsa la campana y
diseña otra realidad para mí que tenga cara de sueño y volvemos a
compartirla.
Estoy
cansado, muy cansado. Estoy cansado de tener miedo, de esperar la
cura definitiva, cansado de volar sin posarme. Cansado de los
disparates que me asignan, de las lenguas indeseadas, de los
complejos. Estoy harto y cansado de desvivirme sin disfrutarlo.
En este
laberinto – ¿me hago el loco o lo soy?- la razón no se impone a
los métodos. Estoy loco por una venganza no conseguida pero he de
llevar el nombre hasta la puesta de mi sol, es el método que marcan
los sistemas.
Me queda
por descifrar la importancia de mis dosis de odio que se acumulan
indelebles en mi estado de ánimo. Sálvame, duende, salva a madre,
sálvanos de esta encrucijada desafectiva. No sé si esto es amor o
desespero, necesito que sea amor; ahora que estás, ¿estás?, emplea
toda la magia, la humanidad, la misericordia o lo que inventes para
devolverme a la esperanza de los demás seres. Tú eres el gesto que
me falta, la palabra, la caricia, la sensatez. Yo, ya lo sabes, el
loco de las vanidades, el enamorado de un imposible, un buscador de
venganza sin saber de quién ni porqué, un desaliñado hombre que
camina con zapatos de hierro por la arena, ahora, más que nunca, soy
la repugnancia, el fracaso.
Me hicieron
frágil, demasiado frágil. Me educaron en un ambiente de misa y
comunión diarias, en las oraciones por las noches. Era mentira, todo
fue una gran mentira suscrita por la experiencia, y empecé a ser
débil, incordial, famélico, pastillero, hasta que un día te
acercaste desde la sombra y me regalaste un sonido nuevo, el sonido
del entendimiento, luego desapareciste por la misma sombra, hasta
hoy.
Me has
oído, harás tu trabajo, ¿lo harás?. No es propuesta indecente, no
vuelvo a patrocinar otra locura en mí, mi espíritu no soportaría
otro envite. Lo harás. Haz tú la venganza incumplida, que parezca
un sueño. Después, duende Gastón, después toca la campana,
cúbreme la vida y entrégame a la conciencia, a donde pueda
distinguir un mordisco de un beso, una mañana de un charco, un
pájaro de una piedra.
-Estoy
aquí, Zacarías, aquí al lado izquierdo de tu esperanza, donde tu
me esperabas, donde nos conocimos la vez primera, donde me
solicitaste el primer consejo. Cuando te hice desafiar los difíciles
precipicios también estaba allí, a tu lado; en el aniversario de la
primera crisis, también estaba contigo añadiendo coraje a tu
batalla; también estuve las noches del frío, acaso fuera yo la
oscuridad que te protegía para evitar tu venganza. Fui quien te
apartó de las desolaciones, fui la parte de ti que seguía amando,
la parte de ti, Zacarías, que dormía, que despertaba, que soñaba.
Ahora, también ahora, estoy.
-No eres el
duende, Gastón; no eres el duende, ¿eres la madre?, ¿eres la
imaginación, el testigo, la capacidad?.
-Levántate,
Zacarías, ha terminado la sesión de la terapia de hoy. Te espero el
próximo jueves, sé puntual. ¡Ah!, y no olvides comentar con tu
madre todo lo que habíamos hablado sobre la esperanza. Un saludo
para ella, hasta el jueves, Zacarías.
Julio 2007.
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