Bailemos
El baile ha comenzado. Los asistentes visten de un riguroso blanco,
las paredes son altas, transparentes y con preciosas cortinas, la orquesta
tiene un director de agrado. Hay muchas gentes, muchas, una lista
grande de gentes que aspiran a entrar en la danza y quienes han organizado este evento del baile permiten más personas y la música rompe
gratamente el silencio y se hace solemnidad de convivencia en la sala;
todos visten de un riguroso blanco, todos han quedado lejos del murmullo lloriqueado de la infamia.
La vida ha comenzado. Hay un hilo sin límite que une unas historias
con otras hasta llegar a un punto de extensión inusitada, todo atado a un
sueño. Han entrado en la vida de aquí -en esta de pintores excelentes y
humanos en general con altos grados de inteligencia-, gentes de otra
gleba, de la de arriba, que no conocen cómo se enmienda un entuerto ni
de qué color son las miserias y han empezado a romper sueños, a callar
la música y a imponer una melodía de palacio ininteligible para estos
soñadores.
Y el baile se volvió un caos de trampas que los sonrientes y sober-
bios poderosos de la gleba alta pusieron en las escaleras, en las puertas
y en los asientos; aquello enloqueció, y era la vida más que un baile de
tristes, se confundía la vida con el baile, el baile con el paisaje, la trampa con la vida, se confundían ellos que creían pertenecer a la solución y
chocaban con el problema hasta que el baile y la vida acabaron siendo
miles de problemas para los asistentes al salón. Había gentes, muchas,
muchas personas en clases de desolación de cuatro a diez pidiendo otra
danza para otra vida; ellos acosaban y mandaban y suprimían y amenazaban con matar el baile y nadie pudo enseñar sus pasos y sus
movimientos; y nadie pudo avivar su melodía de vida y sus sueños de
bienestar y capacidad para participar en la canción que iniciaba la alegría del baile de sus vidas.
Ramón Llanes. EL CAJÓN DEL SASTRE
8 Octubre 2014
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