De
Soto Vázquez, Manuel María.
Paymogo.
1878. Huelva, 1917
PANORAMAS
Allá hacia el Norte,
como atalayas gigantescas, desvanecidas sus figuras por las brumas de
la tarde, taladran el espacio los escorzos grises del Morante, de la
Peña, del Andévalo, las Sierras de Tharsis, los Silos de Calañas,
de cúpricas entrañas y duros lomos. Más lejos aún, como bocetos
esfumados sobre el añil de un cielo crepuscular, los prietos
crestones de la Sierra de Santa Bárbara y Ficalho, entre cuyas
rápidas vertientes se desliza impetuoso el Chanza, de quebrado
curso, separando dos pueblos hermanos, fertilizando con sus turbias
aguas la discordia secular que allá en la noche de los tiempos
tuvieran los hijos de los reyes, legando como herencia a entrambos
pueblos sus odios fratricidas y malditos.
Bajo mis pies, Conquero,
con sus cabezos de argamasa de bermellón y almagre a ratos, de oro y
esmeralda a veces, de rara estructura siempre, como si fueran los
montones de barro que amasaran los Cíclopes de la fábula para
escalar los cielos y que al morir los Cíclopes secó el sol, dejando
prisioneros fósiles y arenas venidas de quién sabe dónde, que el
viento más tarde sembró de semillas y gérmenes y fecundó la
lluvia, adornándose, en fin, para su gala, con plantas de todos los
colores y flores de todos los matices, entre las que emergen aquí y
allá, salpicadas entre el follaje, casitas blancas y risueñas con
guirnaldas de parrales y alfombras esmaltadas y polícromas.
Bajo
la diurna marcha del astro rey, la planicie inmensa, la campiña
ubérrima y jocunda, con sus rastrojales agostados y sus viñedos
verdegueantes; los pueblos ribereños del Tinto y del Odiel, Corrales
y Aljaraque, de árabes recuerdos, San Juan del Puerto y Moguer,
Palos y la Rábida, con sus tradiciones y sus glorias imperecederas,
que recuerda el monumento más antiestético e insípido de cuantos
en el mundo hay; la famosa isla de Saltés, de fenicias remembranzas,
en cuyas riberas se abrazan los dos ríos, que ofrecen su regazo a la
ciudad fabril y codiciosa, la hembra de los esteros, la
custodia de mar y tierra,
la de profético escudo, que se agita y estremece bajo la clámide
inmensa de su cielo pálido, la antigua Onuba pesquera, la nueva
Huelva industriosa y remozada; y allá en el fondo, al Sur, como una
lejanía augusta, el mar sin término ni límite, infinito, magnífico
y solemne.
De la Antología HUELVA ES VERSO
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