Feria
Jaldón, Ernesto
Villanueva de los
Castillejos 1922-1993
PASEO
CAMPESTRE
La mañana de mayo estaba
valiente y campera. Me asomé a la puerta y, como no vi blindados en
la calle, me decidí a dar un paseo por el campo. Crucé por el
Chafaril
y me encaminé hacia el Molino
Patrón.
Tengo que hacer observar que para emprender estas aventuras hay que
tener asegurada la comida; no puede uno, sin más, lanzarse a la
contemplación meditabunda sin contar, después, con algo que
llevarse a la boca.
Me
fui por el Huertecillo
Perdido
en donde, en otro tiempo, había juncos y ranas y ahora han hecho una
carretera polvorienta y poco transitable que termina en el pantano.
Son pequeñas correcciones a la abrupta naturaleza, para que corran
los tractores. Pero me cabe la satisfacción de comprobar que la
Sierra
Sierpes
y la Sierra
Abuela
no han sido modificadas sustancialmente por el progreso. A la Sierra
Abuela
le dan, periódicamente, un trasquilado de los eucaliptos malignos
que le han plantado.
De
pronto, un avión atravesó atronando el espacio cuando ya mi cerebro
empezaba a rumiar imposibilidades. Inmediatamente el ruido me hizo
regresar al presente real para recordarme, quizás, que no debía ir
demasiado lejos en mis reflexiones campestres. Los aviones modernos
que merodean por aquí buscando no sé qué y con unas prisas
notoriamente exageradas, rompen la meditación cuando ésta tiende a
deslizarse por rampas líricas, teológicas, metafísicas o místicas
(la modalidad no hace al caso). Los aviones modernos te avisan de que
las máquinas, en general, son capaces de descomponer y derribar los
mejores castillos del alma construidos con los frágiles naipes de
las palabras. Y sé de fuentes, generalmente bien informadas, que más
de uno con tendencias cenobitas ha tenido que fabricarse una celda
insonorizada para no escuchar a estos horrísonos turbadores de su
ensimismamiento. A los ruidos hay que responder construyendo
silencios. Porque estamos sitiados por basuras y ruidos y así no hay
forma de alcanzar alturas –o profundidades- metafísicas que
merezcan la pena.
Precisamente
por eso Heidegger (q.e.p.d.) tuvo que zambullirse en la Selva Negra,
porque era la única forma que tenía de legarnos el portentoso lío
de sus inaguantables meditaciones ¡Estos alemanes! (Por otra parte,
y que yo sepa, este severo personaje hiperbóreo no nos ha dejado
nada valioso y sustancial que solucione, de una vez por todas, el
“giro económico de la política del gobierno”, la “concertación
social”, la “unidad sindical” y los problemas del paro, el
sida, el aborto, la droga, la corrupción y otras plagas menores).
A
lo mejor lo que pasa es que la administración, que es muy sabia,
ordena estas pasadas ruidosas de los aviones porque desconfía de los
poetas, filósofos y místicos que se van al campo, con objeto de
interrumpir sus reflexiones, porque detesta ciertas precisiones que
pudieran perturbar los “presupuestos generales del estado”. Y,
además, porque estas “actividades” contemplativas y
meditabundas, escasamente productivas y consumistas, no hacen patria;
solo sirven para escribir libros y que otros los lean y, estos otros,
a su vez, mostrar su admiración o su “repulsa” mediante otros
libros; y así incesantemente, produciéndose, al final, verdaderos
torrentes de palabras que inundan los “caminos, canales y puertos”.
A este ritmo “informativo” vamos a terminar con todos los
eucaliptos y la pasta de papel. Los eucaliptos, entre otras cosas,
sirven para que las industrias de la celulosa, además de propinarnos
olores escasamente seductores, produzcan el papel que después
rellenamos con órdenes, leyes, reglamentos, contratos, prospectos,
candidaturas y reflexiones tontas y repetidas hasta la náusea (usque
nauseam,
en latín).
…De
pronto, se me ocurrió decir en voz alta: “la poesía es el grito
de nuestras imposibilidades, la síntesis milagrosa de todo lo que
nos falta y todo lo que nos sobra”. En voz baja pensé: “Y tú,
oscura amada mía, ocupas la presidencia de esta muda asamblea de los
deseos suplicantes”. Y a media voz: “Por aquí estamos sujetos a
una torsión solidificada. Hay que planchar los pensamientos torcidos
y arrugados por siglos de cantinelas…”
Éstas
y otras meditaciones –que el pudor me impide decir- iban surgiendo
en mi mente. Pero, será que estamos contagiados por la velocidad
ambiental, porque la rapidez con que se sucedían las proposiciones y
conclusiones que sacaba terminaron por producirme un dolor de cabeza
notable. Así es que decidí regresar a casa, en donde me esperaba un
manjar propio para jubilados de izquierda: arroz con bacalao.
De la Antología HUELVA ES VERSO
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