Está el paisaje veraneando de nosotros con su puesto de helados y su sombrilla. Estoy atento al mechón que se le cae a la tarde, a los prismáticos, a los ojos, al cuento indígena que me ruge la siesta, al manzano, a la lentitud de las horas. Atento a distinguirme entre la soledad y el espacio, atento a masticar sin morderme. Anoto fechas, me inclino en el riego, pongo el agua en su sitio y no me cabe, sobran cuadrículas. Luego tú, sin conciencia del dolor, con esa razón de salvarme me hundes. Luego, la tarde hundiéndome también y la noche al acecho, luego, el sueño que invita a no despertar, la singularidad de un bostezo, la dosis de lumbalgia, luego, nosotros, desposeyéndonos en la distancia, atentos a no conceder ventajas al recuerdo.
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