DEFINICIÓN ÍNTIMA
Me suelo levantar antes
de las seis, hago mis ejercicios físicos, tomo un zumo de naranja y
me echo a la calle a correr los veinte kilómetros diarios de rigor;
un buen afeitado, una buena ducha, un opíparo desayuno de dos huevos
fritos con jamón y más zumo de naranja, componen esa primera parte
del día que se cierra con llegar al trabajo a las ocho menos cinco y
dedicarle mínima atención a las tareas encomendadas. Las doce dan
para todos, no solo para el ángelus, y toca tomarse el aperitivo que
aguanta el hambre y sana las células más muertas, se fermenta la
otra mitad de la mañana hasta la una y media, hora de entretenerse
en “tomarse la tensión” en la bodega de siempre, volver al hogar
con sentido inverso al horario marcado, registrarse en los módulos
gastronómicos y sentarse sin ceremonia para degustar el esperado
almuerzo.
La tarde -que tiene ese
don inapreciable de la largura- da para dos horas de piscina, una
hora de gimnasio, unos kilómetros en la cinta, la ducha, el aseo, la
vuelta al aire, las tres horas de televisión para informarme y
seguir adquiriendo conocimientos, la cena y la almohada, hasta la
jornada próxima. Es, exactamente mi vida de todos los días, de
todos los años, desde que puse en uso mi razón.
-¡Uff, dónde habré
leído yo esto!.
Ramón Llanes. 17
octubre 2017.
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