HABLANDO
DEL VINO
No
le digan al lagar
que
de puertas afuera se pone de moda el vino,
que
allá los siglos son contemplados desde la madre,
la
raíz por donde empieza a sernos culpa de hedonismo,
el
viñedo extendido abrazando siempre la tierra
y
dejándose abrazar
como
son los amores que se rinden reliquia y memoria.
Vivo
para nacer, crecer, multiplicarse y morir;
vivo
para la ceremonia y para el testamento,
vivo
para el brindis y para la espera,
vivo
para el primer compromiso
y
para la última noche.
Mientras
el aire huela a vino
será
tiempo decente,
no
malgastará el espacio las nostalgias ni los sentidos,
tiempo
de bonanza, con bienestar de empuje,
que
de las duelas surge ensamblado y noble.
Vino,
como alimento y placer,
para
saborear en él la bota, el lagar, la tierra;
para
sacar de él la ubre, el color, el paladar.
Mientras
los hombres se desentrañen
mimando
la cepa, será tiempo de acopio y acercamiento,
será
regla de calma, efemérides cotidiana
no
más lejana de la mesa, la candela, el plato, la familia y los
hechos.
Cuando
casi no se precisa otro consuelo,
que
ya está en las paredes.
Mientras
sea hablar
de
vivir con el vino, de nacerlo, de dedicarle la jornada del sol,
la
espera hasta la cosecha,
de
probarlo, de amarlo,
será
tiempo de liturgia de bienvenida.
Se
hizo tal vez pálido aquí
y
tinto en otro predio,
para
distinguir solo los sabores
y
nunca la paz de su probanza.
Ramón
Llanes.
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