La luz de la cocina
Han soltado a los presos, el patio huele a refugio, las esperanzas son siempre condicionales y los guardias se reservan los más atinados disparos para
las suertes del verdugo, sigue desapareciendo la verdad en las pulsaciones,
enmudecen los carceleros ante la sonrisa colectiva porque alguien contó su
primera aventura con los besos; sucede que el electro no detectaba la agonía
y sobraba orina en el tarro del miedo, los presos no lloran al amanecer, se
hacen fuertes con el dolor, nunca se desvanecen por pensar en la condena, se
preservan de la sociedad ocupando el tiempo en los recuerdos y pasan la vida
sin prisas.
Aquel mandamás norcoreano ha tendido su penúltima trampa a su forma
de dictar sus leyes, obliga a cambiarse el nombre a todos cuantos súbditos
lleven el suyo, en adelante nadie podrá llamarse Kim Jong-il, -que es como
llamarse García en España- porque distorsiona la esencia divina del dictador
y eso malgasta su identidad. Una legión de presos con este nombre hace cola
en el registro para cumplir la orden, se descubren más de los nominados, se
desnutren en la espera pero es imprescindible quitarse el nombre o la vida.
Presos del deshonor figuran los mayordomos y las nodrizas, se desvelan
por la sonoridad de los aposentos, combinan su verdad entre sus gustos por
la reverencia y nunca se sentirán felices del todo porque el amo perseguirá
con el látigo del desafecto cada micción a escondidas, cada beso oculto, cada
sonrisa, y destronará de aquel malestar a quienes desobedezcan por insolencia, olviden apagar la luz de la cocina, descuiden el orden en la cubertería o
aprendan a soñar con otros asuntos. Sucede que las soledades tiemblan en el
sótano y se percibe un jadeo intermitente en los armarios, el declive de los
ropajes se hace nombrar para ser también desatendido. Tampoco hay lugar
para la rebeldía.
En la acera de la calle que conduce al parque suena el último enjambre
en la copa de la acacia y las abejas zumban noticias apenas perceptibles por
los humanos y perfectamente entendidas por los presos; algo desaborido
ocurre y mucho cálido se desparrama por el hilo acomodado de esta ocupación vertebral de la vida en raciones de vehemencia, poca holgura tienen
los cerebros que criban encantos y demuelen afectos.
Ramón Llanes. (EL CAJÓN DEL SASTRE)
10 Diciembre 2014
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