El otoño blanco
Y llegó un otoño cargado de hojas blancas, bosques blancos, agua blanca y
lirios blancos. Un otoño perpetrado al blanco, con amaneceres blancos y luna llena
sudando blanco.
En aquel extraño otoño de la historia se conocieron dos niños que acudían a un
juego vestidos de blanco y en un impulso de infantilidad el uno entregó a ella un poema
escrito a mano con tinta blanca, se miraron y corrieron al jardín.
Al otro lado de la ciudad vivía, en una inquieta soledad, un hombre de pelo blanco
que resumía toda su felicidad en una gata blanca que acababa de parir cinco gatos finísimamente blancos, porque también para los animales era el tiempo del otoño más
raro de la historia. El hombre guardó unas monedas en un cofrecillo blanco con una
nota de destino: “para mi gata blanca y sus gatos blancos”, y se echó a dormir como si
alguna vez quisiera morirse. Y soñó con una soledad blanca y despertó sonriendo.
El otoño blanco recogía sus mudas de hojas blancas y se preparaba a marchar por
la lontananza del paisaje blanco con cierto dolor y mucha melancolía, y dejó a los pies
de cada árbol una hoja blanca, en el agua una flor blanca, en el aire un suspiro blanco,
en la lluvia una gota blanca. Al mirar atrás para despedirse de la blanca ciudad que le
acogiera le saludaban con manos blancas dos niños entrelazados, un viejo solitario y
seis gatos blancos con una pancarta escrita con letras blancas que decía: “ Adiós, otoño
blanco, ¿eres la paz?".
Ramón Llanes.
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