La letra pequeña del mar
Los últimos sucesos implican al mar por el descuido que ha mostrado
respecto a las travesías necesarias de seres humanos en su lucha por sobrevivir, dejándole entrever una somera culpabilidad y cierta fusta de "insolidario" para con los problemas actuales que asolan la vida en sus orillas. El
mar tiene su letra pequeña y sus códigos de conducta, no admite se le intente
hacer corresponsable del mal de la tierra y de los desatinos de esa humanidad
cercana ni presta conformidad a las formas y modos que se emplean. No está,
en definitiva, en sintonía con el conflicto, el mar tiene sus propias agonías,
sus recelos y sus contrapuntos y en ello le va la vida. Tampoco está sometido a que se le achaque insolidaridad, hace aquello que le es genético: nunca
se queda con lo que no es suyo y devuelve a la tierra sus pertenencias.
Hablábamos del mar en consonancia con la peste que inunda esta parte más
concreta del mundo para la cual habíamos diseñado un sistema de comunidad
que respondía a las expectativas de orden que buscábamos para conseguir cuotas de bienestar de mayor grado en cualidad y cantidad. Después de un largo
trecho insuflando el sistema, apostando por él y ya con todos sus esquemas
escritos en reglamentos y leyes, con su buen elenco de personas al servicio de
esta comunidad llamada Europa, después de todo esto observamos que ha sido
un grave fiasco de imposible o difícil restitución. Dicen las estadísticas que
somos más de cien millones de pobres, que el espíritu primigenio está
incumplido sin pudor, que se ha llenado la vida de una tecnocracia innecesaria
y de una burocracia torpe y que todo ello impide su correcto desarrollo.
Para colmo de nuestra insatisfacción, esta gremial comunidad de derechos
sostiene una teoría inhumana y esquiva cuando se le somete a cuestiones de
alto calado solidario. Los movimientos migratorios, los éxodos, las huidas de
tantos seres de una a otra nación en continua búsqueda de un mundo mejor no
son asuntos que parezcan afectar a esta parte de nuestra humanidad provocan-
do con ello los consiguientes sofocos al sentirnos cómplices colaterales de
estas tropelías. De modo que con imaginación hacemos como que nos inventamos a diario nuestra propia realidad, quizá perdiendo hojas de identidad y sin
duda siendo conscientes de la inconformidad y del desorden. Es evidente que
el sistema nos llevó a sitios desconocidos donde no estaba la tierra prometida.
Ramón Llanes. (EL CAJÓN DEL SASTRE).
3 Septiembre 2015
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