Diálogos sobre la tierra
No empezaremos por el principio. Cuando aparecimos en este
descampado estaba todo a medio hacer, ni semáforos ni cortinas ni costumbres, una imitación burda de una realidad buscada; los hombres
crecieron en proporción al lugar de nacimiento y trajeron el color de los
continentes, los pájaros eran libres, el agua estaba suelta y los árboles
inundaban casi todos los territorios sin límites a su poder; incluso los
volcanes rugían y soltaban lavas ardientes a capricho, ocupando espacios y destruyendo ambientes. No era esto el paraíso.
Con la voz de mando de los hombres, se colgaron los rieles, se
hicieron los caminos y se promulgaron leyes acordes con las órdenes
necesarias para dominar la tierra. No preguntaron el tiempo que llevaban los árboles ni la edad de los mares, construyeron mares y cortaron
árboles, sembraron flores y aniquilaron especies, no era correcto dejarse
invadir por razones malignas que perjudicaran la faz que se había conquistado.
La tierra tiene ese aire moderno y dúctil que la hace más bella, ha
ascendido en prestigio en el sistema planetario y es respetada en las constelaciones. Ninguna más altiva y mejor cuidada que ella, la tierra goza
de todas las excelencias y de todo el glamour de los hombres. En poco,
con unos retoques en los ojos, un vestido para ocasiones de lujo y una
luz que le ilumine el contorno, estará acabada para la felicidad de sus
creadores. La mano y la inteligencia del hombre han moldeado una figura artística en la tierra, un lugar perfecto para vivir, a cambio de nada.
Cuando el universo pida explicaciones consentirá otra catástrofe o acaso
la llevará al otro extremo para librarla de experimentos humanos.
Ramón Llanes. (EL CAJÓN DEL SASTRE).
26 Abril 2015
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