][ Ramón Llanes Domínguez ][
El ciclista amante
Les resultó imposible buscar horario para verse. Era verano. Las mujeres gustan del
ajetreo de la calle, de la música del sopor, se encierran bajo la abrazadera de las sombras
mientras andan y andan sin excusas ni convencimiento, solo para desentumecer el
ideario de vida. En la terraza soñaba una bicicleta paseos de estío por el asfalto ardiente;
de aquel hombre, su dueño, solicitaba planear la ciudad, desengrasar piñones y aprender
albedríos. La miró y comprendió su perfecta coartada.
Al puro estilo de un ciclista profesional se enfundó el traje verde pistacho tan
ajustado al cuerpo como la piel, los guantes, las gafas, el casco, el agua fría para mejorar
el disimulo, la hora impropia. En tal guisa desapareció de casa oyendo de fondo los
consejos inútiles de la esposa que le aguardaría en el salón, dormida con la novela de
turno, hasta que los músculos deseantes trajeran la dureza sana que requieren estos
estímulos. El ciclista dejó los frenos libres y, a más velocidad que otras veces, voló al
nido del quinto piso donde la novia amante esperaba sus caricias del tiempo.
Corto trayecto para tanto protocolo, –pensó al pulsar el número que le llevaría
al descansillo de sus amores–. Antes de tocar el timbre la puerta se abrió sin el más
mínimo crujido de imprudencia. El ciclista presentó su credencial de ruta, la mujer le
miró entre carcajadas de sorpresa y le recibió con un amoroso, “pasa Induráin”.
RAMÓN LLANES.
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