OTOÑO, OCTUBRE, HUELVA
Se
queda el sol en este tramo, baldea los jopos del estío, le riega a modo de
calor sensaciones de permanencia, del mustio al verde se acostumbraron los
ocres del labrado, la siesta es un deseo que no se olvida y sueltan los lares un
escozor de resplandores impropios de este fulgir. Dicen los hombres de sembrar
la parte invernal de la huerta en un intento banal porque el tiempo no acompaña
las lindezas de las hojas largas de coliflores y lechugas.
En el zaguán de casa huele a eucalipto
nuevo, en la encimera huele a guiso hecho, en la alcoba huele a octubre, en la
vida huele a Huelva y así hasta un requiebro de olores constantes fijados en la
infinitud de la sierra y pactados en las orillas románticas, adonde aún los
pies mojan caricias; y en la estribación primera, donde allá culmina el fausto
vergel de mina, los rizos de la tarde quieta determinan un Andévalo de cuños
agrestes, tierras pintadas y olor a vieja encina y buscada soledad.
La madre de otoño conserva su
ternura de octubre, protege de ventoleras la aridez, cuida los hondones y empieza a criar criaturas de setas y
humedales en los cauces que la tierra dedica a tales manjares. Y así siempre,
no solo ahora que la fuerza del sol se ha librado de límites, no solo ahora que
se alivian los terrones, es así siempre, porque es la donación de Huelva al
entretenimiento de sus seres adorables a quienes la naturaleza obliga la
protección expresa. Y no deja de ser otoño aunque no se nublen los ocasos y
aunque no grazne la tormenta. Y no deja de ser octubre aunque suba un poco la
pringue a los ojos del jaral. Y por eso es más Huelva, amada cuenca de
encuentros ancestrales y habitables sitios de estancia y creación. Huelva en
una exaltación de empatías y credos.
Ramón Llanes
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