ABRÁZAME, TIEMPO
Huelva tiene siempre un sol humilde en su cetro, como una
insignia. El sol gestiona amablemente la luz, la dispersa con justicia, la deja
caer con una ternura astral de difícil comprensión para humanos y la luz es
feliz cuando reina en este escenario de grandiosidades.
En primavera -que es un ahora veraz- la expresión lumínica es
profunda y acorta sombras como remolinos grises y quietos que viven en su modal
de arboleda, cubre mantos inacabados de parajes perdidos y desobedece el
horario y se queda en más estancias, en más sitios, hasta más tarde. La luz nos
hace como si fuéramos pan diario y nos derrite flores y emociones a nuestro
paso. Es tiempo esplendoroso de la mejor calidad, mayo es una locura de
carretas y sonantas, el paisaje se acerca a los hombres, los hombres se
convierten en paisajes, las horas no pasan en balde y representan su infinito
teatro de geranio y almoradux, allá en la efemérides de su polución; se
conjugan verbos nuevos que refieren amores y partidas y caminos y solemnidades
y devociones y un bienestar efímero que deja una insalvable huella de
felicidad.
En este fuego, con un inmenso mar de fondo, la delicia de
compartir esta efervescencia se olvida de resquemores y sobresaltos, la fuerza
de la luz ocupa tanto como para resquebrajar los desconsuelos. Desde una
posición no poética se evidencia este enorme contraste de la vida-vida con la
vida influenciada por estas constantes que el tiempo impone, para engañarnos
con un guiño cómplice a la verdad que espera tras las sombras, sin que ello
amedrente.
Al llegar hasta aquí, a este mayo fogoso, se resume la
solicitud de quienes estamos inmersos en esta tierra, al sobrecogedor grito de
¡abrázame, tiempo!, en un alarde de fantasía para seguir mereciendo esta
delicadeza natural que es la vida sin daños colaterales y con un sinfín de
premios cotidianos constreñidos en la luz, como terapia colectiva, que tanto
ambienta y que tanto ilusiona.
RAMÓN LLANES
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