UNIVERSO JARCHA
Aquel día nos despertó una música
nueva que no adivinamos de dónde venía; acaso un festín de jóvenes del reverso
de la sistemática ética que se formaban en una locura de patio o acaso unos
rebeldes al odio que amanecían y nos hacían amanecer. Por ellos supimos que la
luz y la copla se comparten, que los cantes perdidos en nuestros pueblos podían
elevarse al rango de sinfonía y que un “segaor” con melodía podría llegar a ser
un dios en el pentagrama. Luego se nos apareció delante de la incipiente barba
el contexto existencial nunca pensado, proveníamos de la mitra, del sable y de
los credos, éramos párvulos en vida y aquel giro a las maneras de cantarnos y
enamorarnos nos espabiló el espíritu.
Desde entonces aprendimos a
despertar, a caminar con “la copla que está en mi boca”, a engancharnos con los
asuntos de los andaluces de Jaén y sobre todo a masticar verso a verso la
elegía de Miguel Hernández, tan prohibida, tan oculta para nosotros. Vinieron
canciones, estilos, libertades, sueños, utopías, horizontes; incluso nos llegó
un aire fresco de arte distinto que los acordes nos metieron en las entrañas.
Estábamos esperando esta insolencia, dormíamos despiertos, se nos acumulaba la
tarea de manifestarnos por la constitución de los derechos y otros nos tacharon
de majaras de nueva ola con pelos largos y la discordia en los modos; no nos
entendieron, era todo lo contrario, proponíamos querernos. De pronto surgió la
razón madre, una libertad sin ira que solicitábamos a voces, un glosario de
comportamiento para nosotros y para las próximas tres mil generaciones y lo
conseguimos en demasía, ahora que lo pienso.
Fue el universo JARCHA, desde
Huelva, el principal culpable de toda esta orgía de sentimientos, deberes y
quimeras descubiertas. Escribo porque no podía aguantar más las lágrimas de
felicidad que la agradecida memoria me produce.
Ramón
Llanes.
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