LADRIDOS
Antes de escribir la primera
palabra ya oigo el ladrido tenue del perro de la vecina; todos los días intenta
-sin saberlo- involucrarme en su ganas de precisar la calle y solo aprendió a
ladrar para conseguir sus derechos; yo seguiré en las teclas ordenando relatos
y librando mis batallas con los pensamientos y él seguirá con su calco de
melodía poniendo a veces alboroto en el silencio; los dos entendemos nuestro
oficio, no somos cómplices ni aliados, no nos conocemos personalmente y sin
embargo nos une una leve molestia que por su culpa en necesidades o por la mía
en dejarme perturbar es capaz de separarnos en los gustos. Ahora presiento que
esta noche ambos continuaremos en la disfunción de dos mundos distintos.
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