CAMINANTE
Dedicado a quienes son caminantes
a la emoción de la Peña.
Cuando se calzaban alpargatas de loneta blanca y los caminos eran tiernamente abruptos, los niños corrían las calles al sonido de los cascos, los hombres preparaban caballos y burros, las mujeres hacían de todo. A la mañana siguiente una voz inaudible para los oídos llamaba en el espacio a quienes debían conducirse al lugar mágico, al Cerro del águila, porque de allí manaba, decía mi abuela, un no sé qué de esperanzas. Mi hermano y yo escuchábamos con atención, no perdíamos detalle del ajetreo de los mayores y éramos los primeros en levantar el alma para caminar hasta la Peña, la mañana del domingo. Mi madre iba descalza, por una promesa que ni mi hermano ni yo, entendíamos pero aceptábamos; mi padre nos montaba a ratos en un burro aparejado para la ocasión. Seguro que ni mi hermano ni yo recordamos las sensaciones que pudimos sentir como caminantes a la gloria de la Peña pero sí recordamos que para nosotros era una fiesta lo que para mis padres era devoción.
Con el tiempo fuimos comprendiendo la misión del caminante, nos adentramos de lleno en tal misterio, lo hacíamos cada año, lo vivíamos con el cante alegre, con una mujer de la mano, con una buena pandilla de amigos y rezando al modo que saben rezar los jóvenes.
El tiempo quizá no haya cambiado, nosotros sí; ahora hemos llegado todos a algún sitio, quizá solo a la vida o quizá solo a la conformidad. Sin embargo seguimos manchados de un tufillo dulce de esperanzas que ni las canas saben simularlo, es como si formara parte de la mocedad por razón de aquellas emociones. Y ahora somos, también mi hermano y yo, caminantes de pensamiento a ese lugar que salvara a mi madre de tantos desvelos y a mis abuelos de algunas agonías. Hemos crecido con ese estigma de placer hasta el punto de recordarlo y traerlo a este lugar con un halo de sentimiento.
Ramón Llanes. para la revista La Balsita
de la Hdad. De la Peña en Huelva.
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