LEYENDO A BORGES EN EL HOSPITAL
Las
necesidades del guion de la vida nos obligan a veces visitar hospitales que
solemos hacer con dosis de agrado y mezcla de resignación, incluso cuando la
previsión no presente gravedad ni urgencia, incluso cuando se trate de resolver
problemas menores pero que obliguen a permanecer en tal claustro el tiempo
lógico preciso para analíticas, electros u otros exámenes.
El
jueves por la tarde el guion me llevó al hospital para asuntos de tal
incumbencia, sometido al nervio propio, paciente hasta lo normal y con un libro
en las manos a fin de no distraer en exceso el tiempo que tanto bien hace si
bien se ocupa. Y absorto en la lectura de Borges, en su relato Funes el
memorioso, olvidé prestar atención -extraña paradoja- a la graduación del
aire acondicionado hasta el punto de salir dos horas después con un resfriado
que me ha llevado en cama unos pocos días, con catarro, malestar, fiebre y todo
lo demás previsible en estos casos. Dicen que los hospitales tienen virus en
perfectas condiciones para infectar humanos, como el del quirófano, el de las
transfusiones, el de los inyectables, etc, pues ruego se añada el virus del
frío, a causa de la graduación del aire. Casi que le he cogido más tirria a
Borges que al hospital. Es broma. Por cierto, el trato recibido muy cálido
-otra extraña paradoja-. Ya se me pasó.
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