INVENTARIO
El gusto por el orden lleva a un
recuento habitual por el cuarto de consignas, un repaso a lo guardado, a lo
banal o a lo perdido, una ligera curva después de tanta recta, quizá para
encontrar algo o no extraviar del todo lo menos usado. El inventario de las
cosas precede con frecuencia a una sorpresa y la sorpresa es un encanto que
genera un halo espontáneo de alegría. Poca mengua de agrado pone tal acción en
nuestro más íntimo entorno.
Idéntico gusto por el orden consume los
pensamientos cuando a cada atardecer se intenta formular el inventario de los
días en la zona más ardiente. Si han crecido las costumbres o se hicieron
sueños algunas realidades. La alarma del espíritu, quizá con la doble intención
de crear y continuar diseñando sensaciones que en algo enmienden lo que el
tiempo no consigue enmendar o que la semblanza para el siguiente día presente
un germen más próximo al nivel humano que la conducta señala. Luego de
curiosear las líneas alargadas de las manos y comprobar el trazado actual del
horizonte, el sentido egregio que cada hombre transporta exige una evolución
positiva del quehacer y para tal tarea ha creado el subconsciente este medio
actuarial llamado inventario, al que cualquier carácter puede apuntarse sin
cuota módica ni insolación, solo bastando una afirmación tácita que desemboque
en la acera de la curiosidad un poco y en la del restablecimiento de los
poderes patrimoniales otro poco.
El dogal de la decadencia o aquel de la
desidia ponen patas arriba el suelo del espíritu y al entrar, -después de tanto
descuido-, se encuentran mecedoras en la cocina, hojas en el aire, miedo en la
alcoba y tristeza en la puerta. De ahí su conveniencia.
Ramón Llanes
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