DOS RÍOS
Ya
no cabe duda de nuestra cercanía, vosotros sois los guardianes perfectos de los
embalajes que nos distinguen las muecas del vivir perenne y sois también los
tragos dulces y húmedos que el destino o la casualidad pusieran en la vía azul
de todos nuestros caminantes sureños; a vosotros, ríos del tiempo, que
vinisteis a la gleba del surco, que estuvisteis en el acontecer de nuestras
sonrisas, que fuisteis la razón fluvial para nuestra estancia, a vosotros
prefiero dedicar la parte de afecto que se esgrime en el ángulo superior de mis
neuronas de hombre fértil en esto de andar y emocionarse.
Cada
uno en su lado domesticáis la instancia que los hombres escriben a modo de
petición y corréis prestos hasta la mar para llevar consignas y deseos, como el
cartero infinito que estuvo siempre antes que las personas. Ahora allá, agua
pálida, agua ácida, agua de mecernos los sentimientos desde su alta nacencia,
agua de deleite y distendida, los guijos que se quedaron en la senda larga, las
piedras que rodaron cauce abajo y el olor a pueblo que os persigue. Habrá una
luna guiadora o un sol empujando, habrá puentes que admitan el paso y despidan
con los ojos lagrimosos y habrá una historia detrás conservando la decencia,
vuestra decencia de ríos pequeños, a medio caudal de agua, a mucho caudal
humano.
Todos
sabríamos escribir de otra cosa, de los campos que se adjuntan a la orilla en
tanta regla de naturalidad, de los bienes que se regaron, de los metales
dejados en el camino, de los cantos pintados, de los recovecos agradecidos, de
las señales astrales; todos sabríamos escribir del sentido que le dais a la
Onuba singular y milenaria y a las minas custodias, mas teníamos las márgenes
cubiertas por vosotros Odiel y Tinto y acaso no supimos desviarnos del sitio romántico
creado y nos pusimos a componer este halago a tanta belleza usando a propósito
la tanta belleza de nuestras útiles palabras. Y quede vuestro honor resarcido
por esta vez.
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