ME CUENTAN DEL ROCIO
Mejor la vivencia, lo contado es más
etéreo, difieren los tonos y las palabras, queda el valor de quien lo relata
mas nunca el propio. Muchos que no son rocieros se manchan de recuerdos que
luego les valen casi una vida y entretienen su lealtad en el tiempo, a aquellas
burbujas de placer que dejaran los ojos de otra manera y condicionaran el
aspecto, el carácter, la fe, el espíritu de convivencia. Otros vuelven con
cansancio de haber naufragado en la vanidad, de haber incumplido los propósitos,
de haberse adelantado en el camino para llegar a un lugar inesperado.
La vivencia es irreprochable, el sistema
rociero no pretende compensar a cada cual ni reservar días de gloria para cada
peregrino, el momento de dignidad se convierte en honor o se pierde en las
arenas; no es obligado ser feliz. De quienes se acercan, cuentan las crónicas
personales, todos buscan regocijo y bienestar y no a todos les llegan las
excelencias. Tal desvalor es también irreprochable al sistema. Allí se puede
nacer a la paz, a la solidaridad, a la fantasía, al amor, a la amistad o se
puede morir en la creencia, en la infelicidad, en el desamor, depende de la
actitud íntima no del espacio que abren los demás, ya inventado.
La influencia del aire, de las gentes,
de los esquemas, del ambiente, del sano jolgorio, de la armonía o de los credos
son elementos que se interponen entre los componentes del hallazgo y son
capaces de equilibrar más aún los sentimientos o distorsionar la realidad pero
no existe en todo ello más dependencia para conseguirlo que la voluntad de cada
ser. Convengo con quienes admiten el Rocío como una filosofía que es
prolongación de la humana, convengo con ellos en entenderlo como motivación
para resaltar cualquier virtud.
No soy especialista en estas cumbres, me
lo cuentan quienes lo han vivido.
Ramón Llanes
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