UN HOMBRE LLAMADO DESEO.
Para Antonio no han
fallecido los deseos, cada día trae en las manos uno nuevo se esos tan
íntimamente relacionados con el corazón, aunque todos los deseos se inventen en
esas rendijas. Se trata del amor, siempre del amor; obseso del amor sin
hurtadillas a punto de amar siempre y siempre con una gota de miel que se le
queda en los labios. Y lo cuenta y lo vive cuando la concurrencia es amena y le
presta su atención. Pero Antonio baja la cabeza y apenas sin emitir una sonrisa
o un enfado hace sus gestos y empuña sus pantalones a rayas hasta elevarlos al
estilo de los sesenta para evitar que alguien descubra su punto vulnerable. Y
Antonio es tan vulnerable como el amor que tiene y nunca encuentra o como la
copa que intenta poner y nunca alcanza o como la carencia que deja entrever en
su tierna plática. Su mirar atento pide un cigarro o nunca lo pide y lo desea.
Más que nada él espera una tarde de caricias.
Escribo de Antonio que
es el prototipo de hombre serio poco convencido de su suerte que no entiende de
princesas que vengan de los bosques encantados y que aspira a ser útil amando a
quien le ofrezca la primera apuesta por él, a quien se le acerque a reventarle
la timidez con un beso, a quien le dedique una de esas palabras que se guardan
cuando es necesario expresar un te quiero. Escribo de él que anda una calle y
transita un deseo; de él o de otros que no adivinaron a donde llagan sus
horizontes y desde cuando se pierde la virginidad solo con el deseo. Es el
hombre que anhela, que mastica la tibieza de los sueños, que no recuerda la
sinrazón del día de ayer pero que sigue pasmado, con las gafas caídas y los
pantalones iguales, deseando que los dioses se acuerden de él para esto del
amor. A no más pone atención que a los pocos recursos que le quedan hasta que
una mujer con ganas de amar le incite a los sueños de esa vida que tanto desea.
Yo escribo para Antonio acompañándole en este sentimiento que también es algo
mío.
Ramón Llanes
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