ENCUESTA
Una llamada sonoramente dulce, una voz de mujer y una tarde empezando a apretar los motivos del estío. A este lado el testigo que se despereza de una plácida siesta con la disposición aun sorprendida y deseos de agua, el teléfono estaba allí, en su sitio, en el sinfín de receptor de noticias esperando que el timbre le despertara del agobio del silencio. Fue un solo instante, fue descolgar y empujó la voz una dilatada sonrisa; es cuando uno se confiesa interesante por interesar a alguien que busca un no sé qué sin descubrir. Aquel susurro me pareció tan insinuante que jamás lo hubiera desaprovechado.
Para la ocasión, el preámbulo de los buenas tardes, la petición de la edad, más o menos la localización, la identificación familiar y un largo etcétera que no viene a este caso y posiblemente tampoco venga a otro. Es lo cierto que a veces estas sorpresas te cogen “echao” y casi no sabes si correr, desaparecer o aguantar el chaparrón como buenamente se pueda. Todo era extraño y, más que extraño, impropio y, más que impropio, ilógico.
No descubrí el entusiasmo, la mujer que había marcado mi número en esta sutileza ocupó mi tiempo en una encuesta, de esas de tipo genérico, donde no puedes dar opinión, solo puntuar del uno al siete tus preferencias. Luego me agradeció las respuestas y colgó, sin más.
Ramón Llanes.
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