MADRES
Las madres oyeron la
tormenta del martes por la noche. Aún quedaban cosas por hacer. Las madres
siempre llegan antes de la tormenta, antes del viento, antes de que se queme la
camisa, antes de desesperar, las madres no tienen dote de cansancio ni calma de
aburrimiento; son la premura, son como las avispillas que danzan y la vida la
hacen ellas, ordenan los astros, mandan en el tiempo. Las madres acusan todos
los dolores de todos los hijos y los amielan, endulzan el amargor y se guardan
el padecer como lo hacen las estrellas.
De los días que
tienen veinticuatro horas contadas, los minutos se convierten en largas escenas
de menesteres, que de aquí sacan la tercera parte, de allá le ganan sitio al
reloj, el algo que basta, el suspiro que alivia, la mirada que sana, la caricia
que se hace bálsamo, el beso que prende ternura. Las madres son de madera más
noble y más ruda a la vez.
Al momento de
llegar, la suerte entra en casa; empedernidos prestatarios de los sueños, todos
son de ellas, nosotros interpretamos, dormimos, pero ellas los prescriben, los
inventan, los llevan a la realidad. En el sigilo de la melancolía, con nota de
suspenso en el examen de latín, alguien lloró su lágrima a la almohada hasta
que una madre le mezcló las suyas y juntos aprobaron la asignatura de amarse.
No alcanza la categoría de manifiesto, solo es una reflexión.
Ramón Llanes.
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