CARRETAS
Por designio, decreto natural que marca la costumbre, por la inercia
que determina el ciclo vital o sea por el deseo expreso de un conglomerado de
circunstancias interventoras, es lo cierto que han salido un año más las
carretas a perderse o encontrarse por esos caminos abiertos que alguien pensará
no llegan a parte alguna y muchos otros sabrán que les conducen a una meta
dichosa. Contemplar el colorido y la majestuosidad de esta manifestación
resulta tan fácil para quienes están en contexto como difícil para quienes
jamás se encontraron con semejante estampa.
Hecho el cuadro, una comitiva humana que delante porta estandarte donde
se referencia el origen, hombres y mujeres a caballo en galantería con la
belleza, sombrero en los brazos, chaquetilla blanca, respeto al molde, al
ritual de salir y componer un desfile de colores en mezcla con la tonaílla que
se surte de guitarra y panderetas para que también se entere el aire. No faltan
en la fila los charrés, las manolas, los carros y la expectación. Todo regado
con tiempo, caldo de la tierra, voluntad entregada y un ajetreo de serenidad
que ocupa el perfil celeste de una mirada con horizonte cierto. Sobre todo, el
peregrino, simiente o sementera, con misión de andar los asfaltos, tragar arenas
y sobrevivir a las inclemencias del envite, hasta que después, tocar con los
ojos aquella vida sea premio de postín para una felicidad rumiada, para otro
año.
Se van las carretas y nos vamos con ellas, con el sentimiento a flor de
alma libre y con las sombras en el olvido. Se va también mi Carmela a vivirlo.
Ramón Llanes
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