DESDE LA LUZ DE LA MARISMA
La marisma está donde siempre, dotada de la sal olorosa de siempre; los esteros son formas que pone la naturaleza en los sitios privilegiados y que luego la mar mima, endulza y anega, con la luz que se reparte por los prados azules, entre espátulas, flamencos y garcillas, como una metáfora. En otoño, con todo el sol aplastando las aguas, los habitantes de la ciudad, los templarios de portuarias, desviven su tiempo por la causa de darse a la luz lúdica de la marisma, allá donde colombinos fatuos embellecen la pared de la orilla y donde anidan los pensamientos de la Onuba febril y solvente, donde la Ria es un nuevo emblema.
A este lado dejó de vaciar el tren sus minerales, los pescadores siguen en la faena, las salinas son aún paisaje telonero de una efervescente ciudad que trata de cuidarse desde la luz de la marisma. Acudirá la noche, vendrán quienes prueben que estar es plácido, se quedarán en el banco del atardecer todos los habitantes románticos de este nuevo tren del progreso que pondrá alas en el embarcadero de la ilusión, mientras los sones del festín colombino y su luciérnaga amenizarán los ratos del trajín sosegado de mis compañeros, vecinos, amigos, artistas, libreros y todo el glosario de gentes de buen vivir que se han quedado a descifrar el indescifrable honor de Huelva y su luz y su marisma, ahora que se han puesto de acuerdo los solsticios y los hombres.
Ramón Llanes.
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