DISCAPACITADOS
No existen
milagros en esta sociedad, tenemos nosotros que solventarnos nuestros problemas
y nuestros asuntos. Y así vamos de aquí para allá confiando en nuestras
fuerzas, sin esperar que desde las alturas nos saquen las castañas del fuego. Y
en el mismo tren, comemos todos juntos, conversamos y nos divertimos. A los
discapacitados aún se les exige que se pasen la vida reivindicando posiciones
como si esto fuera solo para los más listos
o los más avispados, y no es así. En ese tren están y conviven, románticos,
pasotas, locos, apátridas, conformistas y presos. En ese tren a veces, los
discapacitados no pueden subir porque no ponen pasamanos, otras no tienen el
asiento adecuado, otras les tratan como a seres extraños, y han de andar
superando muchas barreras, incomprensiblemente.
Y si la sociedad la abonamos y la conservamos entre todos,
para todos deben ser los adelantos, el progreso, la existencia y la felicidad.
Partiendo desde la idea primera que es el nacer hasta la última que es la
despedida, desde una acera suficiente a un cine, desde una letrero a un
semáforo, desde un coche a un libro. Todo debidamente adaptado, pero ¿desde
dónde partimos?, sin duda desde la conciencia, desde el respeto.
Campañas publicitarias no servirán de mucho, valdrá la
conciencia colectiva desde los medios, y desde la individualidad. Y todo para
que los discapacitados no tengan que gritar, para que no se vean en la
obligatoria necesidad de pedir, ellos son elementos protagonistas de esta sociedad,
tan válidos como el más válido, tan inteligentes como el más inteligente.
Esta es nuestra casa, este es nuestro tren de viaje a todas
partes, pues vayamos juntos en la misma onda; cabremos, aún cabemos; dígaselo
al vecino, hágalo usted, piénselo; como si se hablara del tiempo o del partido
de anoche. Ellos, los discapacitados no necesitan nuestra ayuda ni nuestra
tolerancia, necesitan el mismo confort que los demás tienen, ni más ni menos.
¡Ah¡ ¡y las mismas emociones¡.
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