Indicadores de respeto
Yo sé de estas cosas lo justo. Incapaz de escribir un tratado y ni acaso un
artículo de opinión que refleje la parte de intención que me empuja a este
desliz de expresión sin intento alguno de convencer. Pero ando, y el andar
levanta polvo, y el polvo provoca hilaridad o sofoco y después de andar, de
observar al polvo en sus muchas dimensiones y de comprobar que la hilaridad y el sofoco no conjugan con sosiego -o algo parecido-, después de todo
eso y lo que se olvida, se me meten como huellas las grescas intencionadas
que hacen quebrar las aristas del societario privilegiado que vivo y entiendo
que, a todos, nos distingue.
Las manías por la descalificación de los seres que más miramos a través
de los medios se ha convertido en honorable manera de mostrar disconformidad con sus formas y la asamblea de los curtidores de faltas de respeto
ha minado el escenario. Se ha creado un tratado de chistología burlesca que
se utiliza con descaro ante cualquiera que tenga cuota de pantalla superior a
la normal. Los políticos y la corona, los presidentes de los bancos tales y los
concejales de cualquier causa, congregan la casi totalidad de los verbos
insidiosos y la maledicencia que se descarga en ellos como premio a sus
desvergüenzas, quizá; presumo. La institución de la libertad de expresión
domina a la otra no menos constitucional y natural institución del respeto. Es
permisible insultar al político, es adecuado burlarse del rey, porque ni uno ni
otro nos merece el mínimo respeto que somos capaces de conceder a otros
gremios, sectores o colectivos. Nadie, nadie se atreve a condenar actitudes
de una determinada persona ajena a lo público; en la cultura cotidiana no son
frecuentes los abusos ni las faltas de respeto entre cada uno de los habitantes,
ni son bien vistas las chanzas entre individuos o entre grupos, digamos
cofradías, asociaciones, colectivos de ciclistas, de actores, gremios de
fontaneros, etc. La metedura para con los políticos o la corona son simpáticas y causan risas de tabernas.
Como no sé mucho de esto ni siquiera se me ocurre la solución pero
abogaría por el respeto a todos, quienes sean -políticos o reyes, ricos o
vanidosos, capitalistas o alcaldes- a todos; ya sean de la forma de gobierno
contraria, del emblema contrario o de la bandera de otros colores; abogaría
más por la buena compostura que por la descalificación aunque los destinatarios no se lo merezcan. Podría ser también un matiz para seguir creando
escenario social mejor, intuyo.
Ramón Llanes. EL CAJÓN DEL SASTRE
10 Junio 2014
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