Desde la luz de la marisma
La marisma está donde siempre, dotada de la sal olorosa de siempre;
los esteros son formas que pone la naturaleza en los sitios privilegiados
y que luego la mar mima, endulza y anega, con la luz que se reparte por
los prados azules, entre espátulas, flamencos y garcillas, como una
metáfora. En agosto, con todo el sol aplastando las aguas, los habitantes
de la ciudad, los templarios de portuarias, desviven su tiempo por la
causa de darse a la luz lúdica de la marisma, allá donde colombinos fatuos embellecen la pared de la orilla y donde anidan los pensamientos de
la Onuba febril y solvente.
A este lado dejó de vaciar el tren sus minerales, los pescadores
siguen en la faena, las salinas son aún paisaje telonero de una efervescente ciudad que trata de cuidarse desde la luz de la marisma. Acudirá
la noche, vendrán quienes prueben que estar es plácido, se quedarán en
el banco del atardecer todos los habitantes románticos de este nuevo tren
del progreso que pondrá alas en el embarcadero de la ilusión, mientras
los sones del festín colombino y su luciérnaga amenizarán los ratos del
trajín sosegado de mis compañeros, vecinos, amigos, artistas, libreros y
todo el glosario de gentes de buen vivir que se han quedado a descifrar
el indescifrable honor de Huelva y su luz y su marisma, ahora que se han
puesto de acuerdo los solsticios y los hombres
Ramón Llanes. EL CAJÓN DEL SASTRE
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