EL PREDICADOR.
A tal
hombre, gregario de paz, confesor de ángeles en edad madura, la naturaleza le
dotó de un tic nervioso para darle el toque espiritual que precisan los hombres
que se dedican a convencer; levantaba las manos al movimiento del hombre, ese
era el defecto genético del predicador, que luego hablaba y hablaba como si
Dios fuera su compadre, como si entendiera de Él más que la Iglesia. El tal hombre predicó
del Espíritu Santo un día de sol, homilía que destinara a playeros con toalla
para el asiento, alzaba manos y hombros, gesticulaba y adormecía a las propias
sombras, luego al redil de sus dogmas, con ganas de enganchar.
Casi sin
voz, una tarde se le hizo de noche mientras ganaba adeptos tras su predicación
de indigestas parábolas a jóvenes en prisión, lo cual no concedió libertad ni
esperanzas pero entretuvo, se le ganó algo de tiempo a la condena. El
predicador vende agua, es tal que nunca presume más de sí que de su producto.
Presume cuanto más habla de su confianza con Dios y así recorre foros
callejeros con la más alta convicción y
con su tic de brazos levantados y movimiento de hombros. A saber si le
escuchan, o le miran; si le atienden, o se ríen; a saber si convence o
entretiene. Al tal predicador, ni le importa razón o resultado.
Le importan su maña, su destreza, su lenguaje; piensa
que llega a vender agua y la vende, que se queda sin agua y se queda sin voz y
se cansa de presumir de un tic gracioso que invita a la sonrisa. Y tal
predicador, en sombras y senderos, portales y corredores, tabernas y escaleras,
con tic y ojos grandes, lleva capacidad para sentirse sanamente feliz.r.llanes
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