VOCES DE ÁFRICA
El tiempo sigue sin ponerle mordaza al
grito desgarrado de los silencios de África, el mundo sigue agnóstico de
solidaridad, el hombre, como ser único, también declina la responsabilidad
hacia gobernantes, intrépidos, moralistas o malabaristas del olvido, mientras,
la tierra duele en lo más dulce de los sueños de muchos seres humanos para
quienes nacer supone el primer e indeleble castigo. La voz de África es, aquí
en este Occidente de confort, menos importante que el debate del cambio climático,
la atención a los animales en peligro de extinción o la prensa rosa que copa la
comidilla cotidiana de un sin número de terrestres preocupados por contar los
muertos antes que evitarlos.
La voz fiera de la memoria se
transmite de aire en aire, el rugido perenne de la sabana, el llanto permeable
de los dolorosos niños, el golpeo febril de un desierto donde solo abunda el
hambre, el miedo a mirar a los lados que se encienden en los horizontes, voces
limpias que infunden carencias, como una súplica a ningún dios, tan persistente
como molesta. Y ellos están ahí, más cercanos, más deseantes, menos pacíficos;
están a la espera de beberse todo el agua en un naufragio que luego valga para
desentumecer las conciencias de los soberbios que se calientan en la navidad de
sus poderes sin mirar atrás, sin interesarles África ni sus alrededores.
¡Difícil papeleta!.
La distribución de las tareas, las
consignas generales con valor ejecutivo, los compromisos sociales (no morales),
la actitud constante de la civilización, componentes que pueden alterar de
manera significativa el entorno hasta que con un interés prioritario y
claramente jerarquizado en los estados y en los estamentos e individuos, se
consiga determinar el progreso. No tanto darles de beber como enseñarles dónde
y cómo se saca el agua. Converger en una especie de engranaje donde cada
eslabón sepa realizar su función y cada movimiento sea de utilidad. Es posible
el bienestar, tenemos innumerables recursos, somos la sociedad avanzada y
efervescente que se jacta de imperialismo y poder, somos los héroes de la
tecnología, seremos más que capaces de resolver cosas tan pequeñas y necesarias
como el bienestar deseado para una parte de nuestro mundo llamada África, que
en nuestra misma cara desvanece.
O huiremos de este fracaso excusando a
las escasas voluntades. O pondremos flores a los muertos desde nuestra
conciencia hasta quedar tranquilos de voces y oír silencios tardíos apenas
perceptibles desde tanta lejanía, desde tanta oscuridad. O, simplemente,
sacaremos del pudor la desverguenza hasta conspirar con los conspiradores,
entrenar a los asesinos o arengar las glándulas del hambre. Todo es creíble, el
ser humano puede ser fresco, indolente y olvidadizo; también puede ser malvado,
miserable y verdugo. Quedemos en confirmar que hasta lo podrido tiene su
antídoto. Quedemos en creer, en corroborar esperanzas, en trazar utopías, pero
siempre con los hatillos del trabajo pegados al cuerpo, sin respirar. Esa
mezcla de valentía y bondad que a tanto mérito llevara y a tanto pedestal
condujera tras los siglos.
Hasta dejar de oler a grosero, hasta
el índice confirmado de la humanidad puesta al servicio de los más desvalidos,
con honra, con agallas. De este ahora impreso, (aún sin ojos para leerse) puede
levantarse una voz que albergue la parte de un sueño necesario. Convengo dejar
en la luz rebelde de quien se atreva a soportarlo para proponer una apuesta
individual, de cada uno (tú y yo) por esa gente que pide a voces medio paraíso,
solo medio paraíso, en medio de su nada confortable miseria.
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